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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 121

Estefanía en ese momento no tenía ni una pizca de fuerza para resistirse. Al estar así en sus brazos, pudo ver cómo en los ojos oscuros de Benicio se arremolinaban nubes de tormenta.

—¿Qué demonios le están haciendo? —esta vez, Benicio le reclamó a la enfermera.

—Señor, la señorita está haciendo rehabilitación.

Pero Benicio frunció el ceño, claramente molesto.

—¿Rehabilitación? ¿Eso es rehabilitación? Miren cómo la tienen, ¿esto es ayudarla o lastimarla?

—¡Benicio! —Estefanía apretó los dientes—. ¡No quiero que te metas!

—¿Y si yo no me meto, entonces quién? —le lanzó él, mirándola desde arriba mientras la sostenía y empezaba a sacarla de ahí.

—¡Benicio! —protestó Estefanía al mismo tiempo que la enfermera trataba de intervenir.

—Señor, la rehabilitación de la señorita Estefanía...

Ambas hablaron al mismo tiempo, pero Benicio las interrumpió de forma brusca mientras avanzaba:

—¡Ya estuvo, no va a seguir con eso!

—¡Benicio, no tienes derecho a decidir por mí! —Estefanía estaba furiosa. Justo cuando lo necesitó tantas veces, él nunca apareció, ¿y ahora sí se dignaba a intervenir?

Benicio ya la llevaba cargando en brazos por fuera de la sala de rehabilitación. Ante la mirada de enfermeros, pacientes y familiares que llenaban el consultorio, él avanzó entre la multitud con ella como si nada.

—¡Benicio! —gritó Estefanía, impotente. Odiaba lo débil que se sentía en ese instante, dependiendo de él sin poder evitarlo. Cada vez que intentaba moverse, el dolor en los músculos le atravesaba el cuerpo. De niña, durante las clases de danza, solía caer y lastimarse, pero jamás había sentido un dolor tan agudo como ese.

Simplemente no podía soltarse de sus brazos.

En ese momento, el doctor Torres salió del consultorio y al ver la escena, se acercó con voz tranquila.

—¿Qué pasó? ¿La rehabilitación no va bien?

Benicio, que durante más de diez años había sido una persona tranquila y de buen trato, últimamente había cambiado. Ahora perdía la calma con facilidad, sobre todo cuando se trataba de asuntos relacionados con Cristina, pero ¿por qué ahora también con el doctor Torres?

Había algo en ella: una vez que se decidía por algo, la palabra “rendirse” simplemente no existía.

Así fue cuando el baile se convirtió en su pasión años atrás: nunca miró atrás.

Así fue a los dieciséis, cuando se enamoró: se entregó de cabeza, aunque terminara hecha pedazos.

Y así era ahora. Si había decidido volver a volar, daba igual que tuviera que reconstruirse desde los huesos, o renacer entre cenizas: no iba a retroceder.

Benicio cerró la puerta del carro y se sentó a su lado, mirándola fijamente.

—Nada de que mañana regresas. No vas a volver ahí.

—¡Benicio! —Estefanía lo fulminó con la mirada—. ¿Te das cuenta de que te estás metiendo donde no te llaman? ¿Con qué derecho controlas mi vida?

—Con todo el derecho —pronunció él, palabra por palabra—. Soy tu esposo.

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