—¡Beni! ¡Sal y di algo sobre la víbora que criaste! —gritó Gregorio, tan furioso que parecía que le iban a estallar las venas del cuello.
Benicio se tocó la mejilla; sentía la punzada donde las uñas lo habían arañado. Frunció el ceño y caminó hacia adelante.
—No cambies el tema, Estefanía. ¿Qué quieres? Dilo de una vez.
—Eso, Estefanía... —se metió Cristina, haciéndose la compinche—. Estefanía, ya lo dijo Ernesto: esos videos ni siquiera sirven como prueba en un juicio. ¿Para qué hacer un escándalo? Solo le haces daño a la empresa. Mejor dinos, ¿qué es lo que tú quieres?
Estefanía sonrió con una calma que rayaba en la osadía.
—Eso de que sirvan como prueba no lo decides tú, ni siquiera es lo importante aquí. Lo que importa es que lo que muestran es la verdad, y la verdad afecta la percepción de cualquiera. Si el tribunal no acepta el video, ¿tú crees que la gente en internet no lo va a creer? Me da igual, lo subo y dejo que el chisme corra. Que todos vean cómo el señor Benicio y sus amigos pusieron una trampa para quemar viva a la esposa por culpa de la amante. A ver si después de eso siguen pensando que no es prueba suficiente.
—¡Estás loca! —Gregorio ya ni podía controlar la rabia y parecía que le iba a salir fuego de los ojos—. ¿No entiendes que si ensucias el nombre de Beni y destruyes la reputación de la empresa, todos van a odiar a Cris? ¿Y tú qué ganas con eso?
—¿Yo? —Estefanía soltó una carcajada—. Yo solo quiero ver cómo todos esos hipócritas pagan. Quiero verlos señalados por todos lados.
Levantó un dedo con gesto desafiante.
—Yo nunca dije quién era la hipócrita. El que se sienta aludido, pues por algo será, ¿no? O tal vez todos ustedes, sin excepción.
Al escuchar eso, Cristina, Gregorio y Ernesto, que ya tenían un insulto en la punta de la lengua, se quedaron pasmados. Se les subieron los colores al rostro y hasta les costaba respirar.
—¡Ching...! —Gregorio ya estaba arremangándose, soltando maldiciones, dispuesto a armar una bronca en plena estación de policía.
Estefanía apretó la mandíbula y ni se movió. ¿De verdad pensaba golpearla ahí? Tenía que estar loco.
Benicio lo detuvo de inmediato.
Los policías también intervinieron con voz autoritaria.
Pero aunque Benicio logró contener a Gregorio, el resto perdió el control. Ernesto empezó a insultar a Estefanía a diestra y siniestra, mientras la recepcionista y la señorita Vélez lloraban a gritos. El electricista se quejaba golpeando la mesa, alegando su inocencia.
La estación de policía se volvió un caos.
A estas alturas, como decía Estefanía, daba igual de dónde había salido ese video: la verdad estaba ahí, a la vista de todos. Ella era la víctima. El proceso legal seguiría, pero el fondo ya estaba claro.
Benicio miró todo ese escándalo y sintió que el ruido le taladraba la cabeza. Sacó aire y alzó la voz, firme como nunca.
—¡Ya basta! ¡Cállense todos!
Por un segundo hubo silencio, pero enseguida volvieron los llantos, los gritos y los insultos.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...