—¡Mira, Estefanía, mira bien! ¡Mira a Cris! ¡En este momento tan difícil y él sigue pensando en ti! Si tuvieras aunque fuera una pizca de la bondad y el corazón de Cris, nada de esto estaría pasando —aventó Ernesto, con una mezcla de rabia y decepción que le apretaba la garganta.
Gregorio lo detuvo, sujetándolo del brazo para que no siguiera—. Ya basta, ¿qué más hay que decirle a una mujer como ella? Nunca entenderá lo que somos nosotros. Beni, ¿ya viste? ¿Sabes lo que es un hermano? ¿Sabes lo que es la familia? ¡Eso es! Mira a la viborita que tienes por pareja, te la pasas partiéndote el lomo por ella, y dime, ¿qué has recibido a cambio?
Estefanía alzó las cejas, ya cansada del mismo teatro, de los mismos discursos. ¿No se cansaban? Ella sí. Al final, siempre quedaba claro: ellos eran los hermanos del alma, los verdaderos, y ella… la mala que vino a arruinarle la vida a Benicio.
¿Eso era ser malvada? Si eso ya era suficiente para que la señalaran así, pues estaban muy lejos de ver lo que era capaz de hacer.
Sin perder la calma, Estefanía le entregó su celular al policía.
—Oficial, ¿necesita que le pase la evidencia que tengo en el celular? Ya dije todo lo que tenía que decir. Como ellos dijeron, no voy a retirar la denuncia. Si no hay nada más que deba hacer aquí, ¿puedo retirarme? Si después necesitan que colabore en algo, pueden avisarme y regreso cuando sea.
El policía le pidió que firmara unos papeles y, una vez hecho, le indicó que podía irse.
Estefanía guardó sus cosas y salió del lugar con lentitud.
Sentía el cuerpo sin fuerza alguna.
La terapia de rehabilitación de esa tarde la había dejado agotada. Además, el dolor de cuerpo por la sesión del día anterior hacía que cada paso fuera una pequeña batalla. Y después de esa confrontación en la estación de policía, hasta el alma la sentía desgastada…
Al salir, el sol la golpeó de lleno. La luz era tan intensa que todo le dio vueltas.
Pensó para sí, ¿de qué sirve tanto pleito? Pelear con esa gente solo le robaba energía y salud. Cuando aún no terminaba de darle vueltas a ese pensamiento, todo se oscureció y sintió que caía.
—¡Oiga, señorita! ¿Está bien? —escuchó que alguien gritaba tras de ella. Alguien la sostuvo, apenas alcanzó a notar que era la policía mujer con la que había hablado antes.
Pero no alcanzó a responder. Se desmayó en sus brazos.
...
El cansancio se le metió hasta los huesos; sentía como si hubiera dormido durante días.
Al despertar, todo era confuso, pero reconocía el ambiente. No estaba en casa de su abuelita. Estaba en la recámara de la casa que compartía con Benicio.
—Cof, cof… —tosió, la garganta le ardía.
—¡Señora! —Elvira, la empleada, apareció en la puerta en cuanto la oyó—. ¿Se siente mejor? ¿Quiere agua? Déjeme le traigo.
—Pasa —le contestó Estefanía, notando que su voz salía áspera.
Elvira entró con un vaso de agua tibia, la ayudó a incorporarse y le acercó el vaso para que bebiera.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...