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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 161

—¿Abuela? ¿Estefanía? —Benicio los miró sorprendido.

En cuanto la abuela lo vio, pensó que Estefanía lo había llamado, así que sonrió y dijo:

—Ah, ¿ya llegaste, Benicio? Siéntate, por favor. Estefanía y yo ya pedimos algunos platillos, no sabemos qué te gustaría, así que pide lo que quieras.

Pero Benicio no había ido a comer con ellas.

Estefanía no dijo nada. Con una media sonrisa, desmenuzó el pan que tenía entre las manos, lo untó en la salsa especial del restaurante y lo probó. La mezcla de sabores la hizo cerrar los ojos de gusto.

Benicio dudó unos segundos y al final se sentó junto a Estefanía.

—No te preocupes, abuela. Ya sabes que casi nunca tengo tiempo para estar con ustedes, así que no importa lo que hayan pedido, yo como lo que sea.

[¿Qué onda con este? ¿Desde cuándo se volvió tan... correcto? ¿Será contagio de tanto andar con ese grupito de los de bebidas artesanales?] pensó Estefanía.

Benicio llamó a un mesero y pidió un corte de carne.

Aún no llegaban los platillos cuando el celular de Benicio empezó a sonar.

La abuela, de espaldas a él, no podía verlo, pero Estefanía sí alcanzó a distinguir el nombre en la pantalla: Cris.

Inusualmente, Benicio no contestó y colgó la llamada.

Eso sí que era raro.

Pero Cristina no iba a dejarlo tan fácil. Al instante llegó un mensaje:

[¿Dónde estás? Beni, ya llegamos todos.]

—Voy al baño —anunció Benicio, levantándose.

—¿Al baño? —Estefanía soltó una risa baja.

Benicio se detuvo un segundo y la miró de reojo.

Estefanía alzó las cejas, muy tranquila. No pensaba arruinar el día con ningún drama; ese era un momento para disfrutar con su abuela, y no iba a dejar que nadie lo echara a perder.

La abuela sonrió:

—Ve, hijo, adelante.

Benicio se alejó caminando hacia el fondo del restaurante.

Por ahí estaba el baño, sí, pero también las salas privadas.

—Abuela, yo también voy un momento. Si llega la comida, empieza sin mí —dijo Estefanía.

—Claro, hija, ve tranquila.

Estefanía lo siguió.

Como la abuela nunca comía nada crudo, le pidió unos huevos benedictinos. La abuela los miraba con dudas, sin saber cómo empezar.

Cuando vio llegar a Estefanía, le preguntó:

—¿Y esto cómo se come? Si le clavo el tenedor se va a reventar la yema y va a chorrear todo. ¿Se come con la mano?

—¡Pues claro! ¿Por qué no? —la voz de Benicio se oyó a la espalda.

En cuanto la abuela lo vio, retiró la mano de inmediato, poniéndose aún más nerviosa.

Benicio volvió a sentarse al lado de Estefanía y sonrió:

—Abuela, uno debe comer como le dé la gana.

La abuela negó con la cabeza:

—No quiero que se burlen de mí, ni que pasen vergüenza por mi culpa.

—Para nada, abuela. Comer es para disfrutarlo, no para estar siguiendo reglas tontas. Nadie se va a burlar de nosotros —dijo Benicio.

Aun así, la abuela no se animó a usar las manos. Benicio le pidió al mesero un tenedor extra.

Solo entonces la abuela se animó a usar el tenedor para partir el huevo. Pero al hacerlo, la yema se desparramó por todos lados: en la barbilla, en la ropa, hasta en la muñeca.

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