—Tú… —Benicio estaba tan enojado que le temblaba la voz—. ¡De veras me vas a matar de coraje! ¿Por qué no puedes entenderlo? ¿Por qué tienes que decir esas cosas tan hirientes? ¿De verdad tienes que ponerte así de celosa y perder la cabeza?
Estefanía estuvo a punto de regresarle esas palabras en la cara.
¿Acaso él no entendía lo que ella le decía? De verdad, ni un poco de celos sentía; que él acompañara a Cristina, le tenía sin cuidado.
—Benicio… —Ya no tenía fuerzas para discutir—. Primero, no estoy celosa. Segundo, ya no te amo. Tercero, ¿por qué no mejor vamos y firmamos el divorcio? ¿Ahora sí me crees?
—¡Eres imposible! ¡De plano me dejas sin palabras! ¡Ahora hasta te atreves a amenazarme con el divorcio! —Benicio, furioso, se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Estefanía lo vio alejarse, apretando los labios, y enseguida pidió un carro.
¿Quién era el que no tenía sentido común aquí?
...
Estefanía regresó apresurada a casa de su abuelita. La ansiedad la carcomía porque en pocos días se iría. La presencia de sus padres era como una bomba a punto de estallar, y cuando ella se fuera, Benicio entendería de una buena vez que su decisión de alejarse era definitiva. Ya no podía esperar que Benicio siguiera cuidando de su abuelita, así que, en estos días, tenía que mudarla a un lugar donde sus papás no pudieran encontrarla. Cuando regresara, en un mes, tramitaría el pasaporte y la visa de la abuelita, y se la llevaría con ella.
Al llegar al pueblo, notó que el chofer de Benicio seguía ahí, pero sus padres y Ariel ya no estaban.
—Señora —el chofer se levantó de la mecedora del patio con cara de desconcierto, saludándola como preguntando: ¿hasta cuándo tengo que quedarme aquí?
—Ya puedes irte —dijo Estefanía.
Pero el chofer negó con firmeza. Sin órdenes de Benicio, no se atrevía a moverse.
Estefanía lo dejó estar y entró de inmediato a la casa. Le susurró a su abuelita un largo plan al oído.
La abuelita le tomó la mano con fuerza mientras la escuchaba, y al final asintió decidida, aceptando la idea de Estefanía.
Así, las dos empezaron a empacar.
Por lo menos, con el chofer haciendo guardia, sus padres no se atreverían a aparecerse, y si lo hacían, tampoco iban a poder entrar. Cuando terminaran, solo tenían que irse.
En menos de media hora, y gracias a la insistencia de Estefanía, ya habían empacado todo lo necesario: papeles, tarjetas, escrituras y las joyas importantes.
Todo lo demás, lo dejaron atrás.
La abuelita apenas llevaba una bolsa de tela donde cabía todo.
Antes de salir, la abuelita se detuvo, mirando la casa con nostalgia, incapaz de ocultar el dolor de la despedida. Finalmente, tomó todas las fotos de la familia de los marcos de la mesa, las guardó entre las hojas de un cuaderno de pasta dura y se preparó para irse.
Estefanía, al ver una foto de ella, Benicio y la abuelita, no dudó.
—Abuelita, esa déjamela a mí —tomó la foto rápidamente.
Era una foto de ella y Benicio. Esa debía manejarla ella, no la abuelita.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...