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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 207

—Estefanía, ellos son mis mejores amigos, y tú eres mi esposa. Si ustedes no se llevan bien, me ponen en una situación muy difícil. En el fondo, ellos sí quieren llevarse bien contigo, especialmente Cris. Por lo de esta mañana, se siente muy apenado y de verdad quiere platicar contigo en paz. Hazlo por mí, ¿sí? Quédate y comparte la comida, acepta el buen gesto que quieren tener contigo.

Mientras escuchaba lo que decía Benicio, a Estefanía le parecía de lo más absurdo. No pudo evitar soltar:

—Entonces, Benicio, ¿para ti que tus amigos hablen pestes de mí a mis espaldas, que se burlen porque tengo problemas para caminar, eso es un buen gesto? ¿Según tú yo soy la que no acepta su “buena voluntad”? ¿Ahora resulta que la culpable soy yo?

—Estefanía… —Benicio arrugó la frente, resignado—. ¿Acaso no te pidieron disculpas? ¿Por qué sigues aferrada a eso?

Estefanía soltó una carcajada, de esas que salen cuando ya no sabes si reír o llorar.

Así que, ¿con pedir disculpas ya se borraba todo?

—¿Y qué, que Cristina se metiera a la cama contigo desnuda también es un gesto amable hacia mí? ¿Que yo no sea lo bastante comprensiva…?

Antes de que terminara de hablar, se escuchó un golpe seco —¡pum!—; Benicio había dado un manotazo en la mesa, fulminándola con la mirada.

—¿Qué rayos estás diciendo?

Estefanía se limitó a sonreír, sin responder.

Una vez más, había tocado el tema que Benicio no soportaba.

Después de ese arranque, Benicio pareció recordar a qué había venido. Soltó un suspiro.

—Estefanía, siempre te las arreglas para hacerme enojar. Está bien, lo acepto, me pasé, no debí alzar la voz. Pero tú tampoco puedes ser tan cerrada.

Perfecto, al final siempre era culpa de ella. Aunque su esposo se revolcara con otra mujer, la cerrada era ella.

En realidad, hoy se le había soltado la lengua de más. Bien sabía ella de qué pie cojeaba Benicio. Ya se había prometido no malgastar ni un gramo de su energía en él ni en su círculo, pero igual había perdido la calma.

Se levantó de la silla.

Benicio la detuvo, agarrándola del brazo.

—¿A dónde vas? Ya casi llegan.

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