El corazón de Estefanía latía con fuerza, no por los mensajes de Benicio, sino por la idea que acababa de surgirle: esa danza que se le ocurrió de repente. Si hacía, como Katia había sugerido, una puesta en escena para un ballet, ¿cómo la podría estructurar?
Las ideas le daban vueltas en la cabeza como una tormenta, desbordándose sin control. Por eso, al ver los mensajes de Benicio, ni siquiera sintió algo; era como si unas gotas cayeran en un mar embravecido, tragadas por las olas de su imaginación y desapareciendo sin dejar rastro.
Ni siquiera pensó en bloquearlo. Simplemente no le causaba molestias, así que después de leerlos, volvió a sumergirse en sus pensamientos sobre la danza.
La inspiración para el ballet partía de la imagen de un ave fénix renaciendo de las cenizas. Mientras más lo pensaba, más grande se hacía la idea: un ciclo sin fin, un río que nunca deja de fluir, una fuerza poderosa que abarca todo. Quería basarse en mitos y leyendas antiguas, crear una obra monumental inspirada en la riqueza de la tradición, algo tan grande como el universo mismo.
Se sentía tan emocionada que ninguna otra emoción la perturbaba. Esa noche, incluso en sueños, solo veía montañas, ríos y el vuelo majestuoso del ave fénix, acompañada por el rugido de dragones.
...
Por su parte, Benicio no esperó ni a que amaneciera. Faltaba poco más de una hora para el último vuelo, y sin pensarlo dos veces, compró un boleto, empacó lo esencial y salió disparado al aeropuerto.
En principio, no tenía planeado llevar a Cristina, pero ella insistió en acompañarlo de regreso. El tiempo apremiaba, así que no discutió y ambos tomaron el vuelo de vuelta.
Al llegar a Puerto Maristes, Benicio apenas pisó tierra y ya iba corriendo a casa. Cristina también se empecinó en ir con él.
La verdad, ni él mismo sabía por qué tenía tanta prisa. En casa ya no había nadie. Pero en ese momento, la necesidad de volver era un impulso irresistible, como si algo lo jalara desde dentro. Cristina le dijo que no quería dejarlo solo y, viendo su insistencia, él ni siquiera intentó convencerla de lo contrario.
Apenas llegaron, Cristina salió primero del elevador. Lo primero que vio fue una grulla de papel pegada en la puerta.
Su cara se puso pálida. Sin dudarlo, arrancó la grulla y, fingiendo normalidad, tocó la puerta.
—Oye, ¿tu empleada no está en casa?
Benicio venía justo detrás. Abrió la puerta usando su huella digital; todo estaba igual que cuando se había ido. Nada fuera de lugar, solo el vacío donde antes había alguien.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...