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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 236

Un video de tres minutos, una canción vieja llamada “Amigos”, que resumía toda su juventud y esos días de escuela que parecían no tener final.

Llegando a la segunda mitad de la canción, Cristina tomó la iniciativa, y Gregorio junto a Ernesto la siguieron, entonando juntos: —Amigos, juntos toda la vida, esos días ya no volverán, una palabra, toda una vida, un cariño, un trago de vino...

Mientras cantaban, los ojos de Gregorio y Ernesto se llenaron de lágrimas.

—¡Beni! ¡Feliz cumpleaños! ¡Que la amistad dure siempre! —Cristina apareció empujando un pastel y gritó con fuerza.

Encima del pastel se leía: “¡Feliz cumpleaños a nuestro queridísimo Beni! Tus hermanos del alma”.

A Benicio se le humedecieron los ojos y, tragando saliva, solo alcanzó a decir: —Gracias, muchas gracias a todos...

—A nosotros no nos des las gracias, ¡dale las gracias a Cris! Todo fue idea suya, hasta el pastel lo hizo ella con sus propias manos —Gregorio empujó a Cristina hasta ponerla frente a Benicio—. Mira quién sí se acordó y quién no, todo clarito ahora.

—Beni, ojalá que cuando estemos viejitos, sigamos siendo igual de unidos que siempre —agregó Cristina, vestida esa noche como si todavía fuera estudiante, idéntica a una de las fotos viejas que acababan de ver.

—¡Claro! —Benicio asintió con fuerza—. Seguiremos igual, gracias de verdad, Cris.

—¡Ándale, siéntense ya! ¡Dejen de estar parados! ¡Vinimos a comer! Yo me morí de hambre todo el día solo esperando este banquete —dijo Cristina, riendo con esa mezcla de dulzura y picardía—. Beni, no vayas a pensar mal de mí si como demasiado, ¿eh?

—No digas tonterías —le contestó Benicio—. Es mi cumpleaños, quiero que estén bien, ¿cómo crees que no podría invitarlos a comer?

Todos soltaron carcajadas, el ambiente se llenó de alegría y calidez.

Benicio, sin embargo, volvió a echar un vistazo a su celular: eran las seis y media, y no había recibido ningún mensaje.

—Beni, ¿qué tienes? Estás en la luna —le soltó Ernesto.

—Ah, nada, voy a hacer una llamada —respondió Benicio, y se fue al baño con el celular en la mano. Marcó el número de su abuela.

En años anteriores, su abuela siempre era la primera en recordarle su cumpleaños; un día antes le llamaba para preguntarle si tenía tiempo y si podía regresar a casa a cenar con Estefanía.

Para su abuela y para Estefanía, el cumpleaños de Benicio era tan importante como la Navidad. Lo celebraban como si fuera una fecha sagrada.

Gregorio y Ernesto se miraron y soltaron la risa: —¡Será de Cris, no nuestro! Nosotros ya estamos grandes para andarnos con hombres, ¿no?

Cristina volvió a llenar la copa de Benicio: —Beni, este va por ti.

Benicio le chocó la copa y volvió a beber hasta el fondo.

Esa noche, nadie se marchó sobrio.

Benicio fue el que acabó más borracho, Gregorio y Ernesto tampoco se quedaron atrás. Solo Cristina permaneció completamente lúcida.

Ella ayudó a Benicio a ponerse de pie: —Beni, ya vámonos, te llevo a casa.

La mirada de Cristina se posó en el cuello de la camisa de Benicio, que estaba desabotonada, dejando ver apenas su clavícula...

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