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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 238

—Oh, oh... —El guardia no entendía por qué Benicio de pronto quería platicar con él—. ¿Será que cuando uno se emborracha se pone más hablador?

En ese momento, Benicio sí que tenía ganas de hablar.

Mientras esperaba el carro, le comentó al guardia:

—Mi abuelita preparó un montón de comida, todo especialmente para mí.

—Oh, qué buena es su abuelita —respondió el guardia, tratando de seguirle la corriente.

—Sí, mi abuelita es la mejor, me quiere más que nadie... Debo regresar, no quiero que me espere demasiado.

—Eso es cierto, hay que pasar tiempo con la gente mayor.

—Cuando tenga tiempo, la voy a llevar de viaje, quiero que vea el mar...

—Señor, usted sí que es buen nieto...

—¿Buen nieto? —Los ojos de Benicio se llenaron de lágrimas de repente—. Yo no soy buen nieto... ni un poquito... En realidad, no soy bueno...

El guardia quedó completamente desconcertado. ¿Y ahora qué? ¿Cómo seguía esa plática?

Justo en ese momento, llegó el carro.

—Señor, ya llegó su carro —dijo el guardia apurado, ayudando a Benicio a subirse, soltando un suspiro de alivio.

—Hasta luego, gracias —alcanzó a decir Benicio desde la ventanilla.

—No... no hay de qué.

El carro arrancó rumbo a Puente de Plata.

...

La noche estaba en su punto más profundo cuando el carro en el que viajaba Benicio se detuvo frente al portón de la casa de su abuelita.

Pero el portón estaba cerrado con llave. Benicio no podía entrar.

Comenzó a golpear la puerta.

—Abuelita, abuelita, soy yo, soy Benicio, ¿puedes abrir? ¿Estás en casa?

No hubo respuesta.

Volvió a golpear, ahora con más fuerza.

—Abuelita, hoy es mi cumpleaños, ¿no me preparaste una comida especial?

—¿Abuelita, dónde estás?

—¿Tampoco quieres a Beni?

Finalmente, ya sin fuerzas, se dejó caer junto al portón y terminó sentado en el suelo, cerrando los ojos.

En la oscuridad, le pareció ver el cielo cubierto de estrellas. Entre ellas, una figura familiar: su abuelita, la que siempre lo cuidó y lo acompañó, le sonreía desde la luz.

—Beni, tienes que vivir bien, tienes que quererte mucho, tienes que ser feliz. Yo no me fui, solo cambié de lugar. Ahora soy una estrella, siempre estaré contigo, siempre te estaré mirando. No llores, mi Beni...

—Abuelita... —susurró él, y una lágrima se deslizó por su mejilla—. Todos se han ido, ya nadie se queda con Beni, lo sé...

...

El amanecer llegó y a las seis en punto, el jefe del pueblo pasó frente a la casa de la abuelita.

Al pasar, notó que había alguien sentado junto al portón. Había llovido toda la noche y el suelo estaba empapado. Esa persona estaba completamente mojada, sentada en el agua.

Al principio pensó que era uno de los Navas haciendo un escándalo otra vez, pero al mirar mejor, se dio cuenta de que era Benicio. Además, ¡parecía estar dormido ahí desde hacía horas!

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