Era una mujer a la que no conocía.
Al entrar, la mujer soltó un grito meloso:
—Beni, Beni…
Cristina llevaba días sin ver a Benicio. Él había rechazado un par de invitaciones que ella y Gregorio le habían hecho, así que decidió ir directamente a su casa para buscarlo.
Pero al cruzar la puerta, en vez de encontrar a Benicio, se topó con una niña flaca y menudita.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Cristina, intentando recordar si alguna vez había visto a esa niña. No le sonaba de nada. ¿Sería de la familia de Estefanía?
—Soy Alba. Disculpe, ¿usted es…? —En realidad, Alba no sintió simpatía por aquella mujer desde el primer momento, pero como estaba de invitada en esa casa, debía comportarse con educación.
—¿Alba? ¿Y esa quién es? ¿Qué eres tú de Benicio? —Cristina se dejó caer en el sofá con toda la confianza del mundo.
—Soy la hija de la señora Elvira, la persona que ayuda con la limpieza en la casa de Benicio —respondió Alba con cortesía—. ¿Vino a ver al señor Benicio?
—¿La hija de la señora que ayuda aquí? —Cristina repitió dudando, procesando la frase—. ¿La hija de Elvira?
—Así es —asintió Alba.
Entonces Cristina recordó. ¡Esa Elvira la había puesto en su lugar una vez! Igualita que Estefanía, cortadas por la misma tijera, igual de molestas.
Cristina soltó una risa burlona.
—¿Y ahora resulta que la hija de la señora que ayuda también vive aquí? ¿No se les cae la cara de vergüenza?
Alba se puso nerviosa de inmediato, el rubor cubriéndole el rostro.
—Es que… el señor Benicio fue quien me permitió quedarme aquí.
—¿El señor Benicio? —se burló Cristina—. ¡Anda, tráeme un vaso con agua!
Alba dudó un poco, pero obedeció y fue por el agua.
Le sirvió en un vaso de vidrio y se lo entregó con ambas manos.
Cristina apenas le echó un vistazo y soltó un chasquido despectivo.
Puso los pies sobre la mesa con desfachatez.
Alba la miró, atónita. Hasta ese momento, no tenía idea de quién era esa mujer ni por qué parecía detestarla tanto.
—¿No vienes? —Cristina arqueó una ceja y soltó una risa sarcástica—. Piensa bien. Si yo pude entrar aquí sin llave, ¿adivina quién soy? ¿Cómo crees que entré?
Alba entendió de inmediato: solo se podía entrar con la clave o la huella digital. Eso significaba que, para cualquiera de esas opciones, debías ser parte de la familia.
Ella misma no sabía el código. Su mamá nunca se lo dio ni le permitió registrar su huella.
Cristina la miró con superioridad.
—¿Ya te cayó el veinte? ¿Ahora sabes quién soy? Te lo digo claro: con una sola palabra mía, tú y tu mamá quedan fuera de aquí.
Alba empezó a temblar, entre el miedo y la impotencia. El dolor en el pecho le calaba hasta los huesos.
—¿Qué esperas? —Cristina se levantó de golpe, la tomó del cabello y la arrastró hasta sus pies. Luego, sin piedad, le empujó la cabeza hacia sus zapatos—. ¿No entiendes que dejarte darme un masaje es un favor? ¡Hazlo ya! Si no, tú y tu mamá se van de aquí y olvídate de seguir en la escuela privada. ¿De verdad creíste que podrías pertenecer a este lugar? Tú y tu mamá solo sirven para trabajar en el campo, ni piensen en otra cosa.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Es verdad sale muy caro liberar capitulos...
Muy bonita la novela me encanta pero pueden liberar mas capitulos yo compre capitulos pero liberar mas capitulos sale mas caro...
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...