A la mañana siguiente, el tema del carro quedó resuelto. Estefanía y el grupo de la gira subieron de nuevo al vehículo rumbo a la siguiente ciudad: Venecia.
Venecia, famosa por sus canales y por los populares muñecos de ángeles del destino.
Al ver escaparates repletos de esos muñecos, uno en cada tienda, Estefanía no pudo evitar recordar la fila interminable de muñecos que adornaba su casa. Decían que era para que no se sintiera sola, pero en el fondo, nunca supo de verdad a quién acompañaban.
Por un tiempo, creyó de manera ingenua que de verdad le hacían compañía. Ahora, se preguntaba si acaso alguna vez la acompañaron a ella.
Noel, al notar su mirada, pensó que quería uno.
—Estefanía, ¿quieres que entremos a escoger alguno?
Estefanía negó con la cabeza. Los muñecos no tenían la culpa, pero para ella solo eran recuerdos amargos.
En ese instante, sonó su celular. El número era extranjero, desconocido.
Contestó. Del otro lado, una voz educada se presentó como recepcionista de un hotel.
Resultó ser el hotel alemán donde se habían hospedado la noche anterior.
—Señorita, dejó usted una llave en su habitación. ¿Podría darnos su dirección actual para enviársela por correo?
¿Una llave?
—¿Por casualidad tiene un llavero con la foto de dos jóvenes mexicanos, un chico y una chica? —preguntó Estefanía.
—Sí, la chica es usted, la recordamos.
Estefanía sonrió, aunque la sonrisa se sentía lejana.
—Gracias, pero pueden tirarla. No la quiero.
—¿No la quiere? ¿Está segura? —la recepcionista dudó, incrédula.
—Sí, pueden tirarla. Muchas gracias —afirmó Estefanía, tajante.
—Está bien, disculpe la molestia —respondió la empleada antes de colgar.
Estefanía supo de inmediato que era la llave de su casa.
La puerta tenía cerradura digital, pero Benicio insistía en que siempre era buena idea cargar la llave, por si la batería se agotaba, la huella no se reconocía o se olvidaba la contraseña. Así que, al poco de casarse, Estefanía había hecho un llavero personalizado con una de las pocas fotos que tenía con Benicio, y lo había guardado en una bolsa interna del bolso.
Cinco años después, nunca había cambiado ese bolso, y ya ni recordaba la llave. Quién iba a pensar que, justo en este viaje, la llave aparecería de la nada.
Tal vez era una señal del destino: ella y Benicio habían terminado, y la llave también debía irse.
—Vamos, hay una heladería allá. El gelato italiano es famoso, no podemos irnos sin probarlo —dijo Estefanía, animando al grupo.
...
En el hotel alemán, la recepcionista llamó a la encargada de limpieza.
—Esto, la clienta dijo que lo tiráramos.
En ese momento, un hombre mexicano, que estaba en la recepción haciendo una consulta, se fijó en el objeto y sintió un vuelco en el corazón.
—¿Qué es eso que van a tirar? ¡Déjenme verlo!
—Ah, es de la huésped anterior —explicó la recepcionista.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...