—¡Vieja! ¿No estarás ya a punto de morirte, verdad? —Marcelo empujó con fuerza la cabeza de su madre, que yacía en la cama.
La abuela apenas abrió la boca, ausente, sin reacción alguna, con la mirada cada vez más perdida.
—Ya no sigas, de verdad parece que se va a morir —Olivia, asustada, intentó detenerlo.
Marcelo dudó un instante al mirar a su madre postrada, pero enseguida su expresión se endureció.
—Mamá, no me eches la culpa. Si me hubieras entregado la casa sin tanto rodeo, nada de esto estaría pasando.
Olivia, titubeante, murmuró:
—De todas formas ya se firmó el testamento, si no…
—¡Cállate! —soltó Marcelo de manera cortante—. ¿Testamento? ¡Eso solo sirve cuando se muere! Mientras siga viva, todo puede cambiar.
—Pero… pero… —Olivia miró a su suegra, apenas respirando, y de repente le vino a la mente cuando, tras tener a sus dos hijos, su suegra la cuidó día y noche, llevándole sopa de cebolla hasta su cama.
—¿Pero qué? —la interrumpió Marcelo, molesto—. Ella se muere sola, no tiene nada que ver con nosotros. Hasta la comida le traíamos de vez en cuando.
Olivia no podía dejar de temblar; ni ella misma podía creerse esa excusa.
Marcelo miró con desprecio a su madre, hecha un desastre.
—Mamá, si tienes a quién culpar es a Estefanía. Ella pudo haberte llevado a su casa, darte una muerte digna y tranquila, pero ahora te anda buscando. ¿Y si te encuentra y te salva? ¿Para qué arriesgarnos?
Al escuchar el nombre de “Estefanía”, a la abuela se le llenaron los ojos de lágrimas, pero la voz ya no le salía.
Marcelo reflexionó un momento y luego se dirigió a Olivia.
—Esto se va a acabar en uno o dos días. No podemos dejarla aquí mucho tiempo. Si la encuentran, van a investigar. Quédate tú a vigilarla. Cuando deje de respirar, la llevas a casa, la limpias y finges que murió por enfermedad.
Olivia se estremeció aún más.
—Yo… yo no quiero quedarme aquí. ¿Por qué no te quedas tú?
—¡Maldita sea! ¿Me vas a desobedecer? —Marcelo levantó el puño, amenazante.
Olivia, asustada, se cubrió la cabeza y salió corriendo.
—¡No! Yo no me quedo aquí. Si quieres, quédate tú. Ella es tu mamá, no la mía…
No importó cuánto gritara Marcelo detrás, Olivia corrió hacia la puerta. Cuando llegó, Marcelo la alcanzó y la sujetó del cabello justo en el momento en que ella abría la puerta del almacén. Ambos se quedaron helados al ver lo que había del otro lado.
Una multitud de hombres grandes y fornidos los esperaba afuera, incluso había extranjeros entre ellos.
El que estaba al frente no les resultaba conocido.
—Ustedes… ¿quiénes son? —Marcelo soltó el cabello de Olivia, sintiendo que las piernas le temblaban. Pensó que eran cobradores y, de inmediato, tartamudeó—: Voy a pagar, ya casi junto el dinero, yo…
No terminó la frase. Un carro llegó a toda velocidad y se detuvo frente al almacén. Estefanía salió del vehículo, cojeando, pero avanzó como pudo, gritando con desesperación:
—¡Abuelita! ¡Abuelita!
Marcelo, sin entender el peligro de la situación, señaló a Estefanía y gritó:
—¡Esa es mi hija! Su marido tiene mucha plata, si la agarran a ella, pueden sacar…
No terminó de pronunciar la palabra “plata” cuando el tipo al frente le lanzó un puñetazo directo a la cara.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...