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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 84

—Mira, la neta, pienso igual que Gregorio—dijo Ernesto, con ese tono que siempre usaba para soltar chismes—. Este tipo de estrategia la usan mucho las mujeres, es lo mismo que cuando de repente empezó a juntarse con el hijo del señor Correa. Ponte a pensar, la familia Correa tiene tanto dinero, ese hijo nació en cuna de oro, ¿a poco no ha visto de todo tipo de chavas? Hasta las actrices seguro le hacen fila. ¿Tú crees que Estefanía le llama la atención?

—¡Ya, no inventen!—aventó Cristina, con tono de reclamo cariñoso—. No digan esas cosas de la esposa de Beni, que luego Beni se va a sentir mal. Pero... bueno, Beni, Ernesto no lo dice para ofender a Estefanía, nomás... a ver, ¿cómo te explico? Solo está diciendo lo que pasa... Yo también soy mujer, entiendo esa onda, a veces una solo quiere llamar la atención. Yo, la verdad, a veces también lo he hecho...

La voz de Benicio se escuchó clara, cortando el drama de la mañana:

—Con Estefanía tengo las cosas claras. Ella es mi responsabilidad, es asunto mío. Desde el día en que nos casamos supe que me tocaba cargar con esto solo, nunca quise meterlos en mis líos. Pero ya ven, terminé arrastrándolos y hasta ustedes han tenido que aguantar cosas por mi culpa.

—¡Ya, Beni! ¿Pa’ qué dices esas cosas? Aquí todos somos hermanos, no tienes que andar con formalidades.

—Eso, Beni—agregó Gregorio—. Nomás nos preocupa que no te estén haciendo pasar malos ratos...

...

Estefanía se alejó del comedor, dejando atrás las voces que sonaban en el altavoz. Ya no podía escuchar lo que decían. El sabor amargo del café americano que había tomado esa mañana seguía pegado en su boca y bajaba hasta el estómago, como si todo su cuerpo se hubiera llenado de una amargura que no se iba.

Para Benicio, los que de verdad sufrían eran Gregorio, Ernesto y Cristina. Ni siquiera se detenía a pensar en lo que ella sentía.

Pero bueno, aún no era demasiado tarde.

A fin de cuentas, esos cinco años no los había desperdiciado.

Se atrevió a imaginar lo peor: ¿qué habría pasado si en esos cinco años se hubiera quedado tirada, sin hacer nada, dejándose llevar? En ese momento, ¿cómo habría soportado la desesperación y el vacío?

Subió las escaleras y, de regreso en su cuarto, ni se detuvo. Tomó las maletas y salió directo al aeropuerto.

No había desayunado bien, así que cuando llegó se metió a la sala de espera y comió algo más. En cuanto se acercó la hora del vuelo, se dirigió a la puerta de embarque.

El avión era de esos en los que la clase ejecutiva tiene un asiento junto a la ventana en cada extremo y dos en medio. Ella había elegido el de la ventana.

En cuanto se acomodó, apagó el celular, esperando a que el avión despegara. Sacó del bolso una novela en inglés: era parte de su rutina, leer aunque fuera unas páginas todos los días, no importaba si eran pocas o varios capítulos.

Estaba sumida en la lectura cuando escuchó unas voces que conocía de memoria.

—Beni, el mío está en medio, ¿y el tuyo?

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