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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 92

Estefanía sabía que, si esto no era una trampa, entonces no tenía sentido alguno.

En ese momento, ni siquiera podía detenerse a pensar quién había armado todo ese lío ni cuál era el verdadero objetivo. Lo único claro era que su trámite de visa ya no llegaría a tiempo.

Echó un vistazo alrededor. La sala de reuniones estaba en el último piso de la empresa. No podía simplemente lanzarse por la ventana.

En su celular tenía guardados algunos números de la empresa de Benicio. Empezó a marcar uno por uno.

Primero llamó a la recepción. En cuanto le contestaron, gritó con todas sus fuerzas:

—¡Ayuda! ¡Estoy atrapada en la sala de reuniones del último piso, por favor, vengan a sacarme de aquí!

La recepcionista, la misma chica de siempre, solo soltó un bufido desdeñoso.

—¿A poco crees que no sé quién eres? Seguro quisiste ligarte al Sr. Benicio y acabaste atrapada por los de seguridad, ¿verdad? Qué pena, pero te lo buscaste.

Y le colgó sin más.

Todavía tenía los números de Gregorio y Ernesto en la agenda. Aunque no se soportaban, al principio, cuando apenas conoció a Benicio, ellos habían aceptado darle su contacto frente a él, por pura cortesía de hermanos.

Pero, como era de esperarse, ninguno de los dos contestó la llamada.

Nunca estuvieron de su lado, así que tampoco le sorprendió.

Se dejó caer en una silla. Le temblaban las manos cuando desbloqueó el celular para enviar un correo urgente y cancelar la cita de la visa.

Luego, tomó el vaso que tenía en la mesa. Decía “jugo de maracuyá con limón”. Se lo bebió de un trago.

Poco después, empezó a sentir que la cara le picaba, un cosquilleo incómodo.

Eso no era jugo de maracuyá con limón…

Miró la hora. Ya habían pasado diez minutos. La señorita Vélez no regresaba, y nadie más tenía idea de que ella estaba ahí…

En el edificio, todos seguían con sus actividades, como si nada. De repente, el silencio se rompió con el ulular del detector de humo. Al instante, sonó la alarma general en toda la torre.

—¿Qué está pasando?

Varias personas salieron corriendo de sus oficinas, preguntándose entre sí qué ocurría.

—¡Hay humo! ¡Se está incendiando algo! —gritó alguien—. ¡Hay que llamar a los bomberos!

Benicio también oyó el alboroto. Salió de inmediato y notó el humo que salía por debajo de la puerta de la pequeña sala de juntas.

El corazón de Benicio se aceleró.

—¡Estefanía! ¿Eres tú? ¡Estefanía!

Sacudió de encima a Cristina y se lanzó contra la puerta, dándole patadas y gritando:

—¡Vengan! ¡Abran la puerta! ¡Rápido!

Con un estruendo, la puerta cedió bajo la fuerza de sus golpes y sus gritos.

Dentro, el aire era sofocante. El fuego ya había devorado la mitad de la mesa, y las cartulinas con los valores de la empresa pegadas en la pared ardían y la llama seguía avanzando sin control. Estefanía yacía junto a la entrada, desmayada, apenas respirando.

—¡Estefanía! ¡Estefanía! —Benicio la levantó en brazos y salió corriendo—. ¡Llamen a la ambulancia!

Su voz retumbó en todo el piso.

Ese grito sacudió a Estefanía, que abrió los ojos con dificultad. Miró la cara de Benicio, tan cercana y tan lejana a la vez. Alzó la mano, como si quisiera tocarlo, pero no tuvo fuerzas y la dejó caer. Forzó una sonrisa, apenas perceptible.

—Benicio… si muero… ya no me deberás nada… por fin… te vas a liberar… Benicio… adiós…

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