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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 93

—¡Cállate! ¡No digas nada! ¡No vas a morir! ¡Te llevo al hospital! —gritó Benicio, cargando a Estefanía mientras corría escaleras abajo como si el mundo se le fuera entre los brazos.

Estefanía cerró los ojos. Aun así, la sombra de una sonrisa se asomaba en la comisura de sus labios.

A decir verdad, esto sí era despedirse de ti.

Benicio… adiós…

Dentro del elevador, Benicio miraba el rostro de Estefanía, los ojos cerrados, la respiración apenas perceptible. Con una mano la sostenía, con la otra apretaba el botón de emergencia una y otra vez, como si eso pudiera hacer que el elevador volara hacia abajo.

—¡Estefanía, no te duermas! ¡Despierta, por favor! ¡Quédate conmigo! —gritaba con desesperación mientras seguía apretando los botones.

Cuando por fin llegaron al primer piso, los bomberos ya estaban ahí. Habían llegado mucho más rápido de lo que Benicio esperaba.

Pero en ese momento, nada le importaba más que Estefanía. Olvidó el fuego, olvidó el peligro, solo pensaba en ella. La cargó hasta el carro y salió disparado hacia el hospital más cercano.

Cuando llegaron, Estefanía recobró el conocimiento. Los médicos la revisaron de arriba abajo, sin encontrar quemaduras. Sin embargo, su cara estaba cubierta de ronchas y manchas oscuras, producto del humo y de la ceniza, mezcladas con una reacción alérgica. El resultado era una apariencia algo inquietante.

Después de limpiarle el rostro con cuidado usando un algodón, el doctor comentó:

—Esto parece una reacción alérgica. Por lo que me cuentan, el desmayo también se debió a la alergia.

El médico los miró con seriedad.

—Desmayarse por una alergia en medio de un incendio es cosa seria. ¿Cómo pudieron ser tan descuidados?

Benicio seguía sin entender bien.

—¿Alergia? Estefanía, ¿comiste algo que te hiciera daño?

Estefanía, tumbada en la cama de observación, guardó silencio, los ojos fijos en el techo.

—Vamos a seguir monitoreándola. Faltan algunos resultados. Cuando estén listos, los revisamos. —dijo el doctor antes de salir.

Aunque ya le habían limpiado la cara, a Estefanía todavía le quedaban rastros de hollín.

—Estefanía, hazme caso. Quédate quieta, déjame ponerte este medicamento —insistió Benicio, ya con el frasco del antialérgico en la mano—. Recuerdo que eres alérgica al mango… ¿Comiste mango antes de venir a la oficina? ¿Por qué Elvira compró mango? ¿O se te antojó y comiste pastel de mango en el camino?

Hablaba como si estuviera tranquilizando a una niña.

La enfermera llegó para ponerle el suero, y al escuchar la voz de Benicio, soltó una risa.

—Qué buen esposo tiene, señorita. Hasta parece que le está hablando a una niña.

Sí, llevaba cinco años consintiéndola… cinco años de palabras bonitas y promesas vacías.

Estefanía apretó los labios y no dijo ni una sola palabra. Esperó a que la enfermera saliera antes de romper el silencio.

—No comí pastel de mango. Quiero llamar a la policía —dijo con voz firme, sin titubear.

—¿Llamar a la policía? —Benicio frunció el ceño, sorprendido.

En ese momento, se escucharon murmullos y pasos afuera del cuarto de observación. Benicio volteó y vio a Cristina asomándose por la puerta.

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