La mano de Ava se sentía pesada y extraña al empujar la madera maciza. La puerta se cerró con un clic suave y definitivo que resonó en el silencio de la oficina.
El sonido pareció cortarla del resto del mundo. Se quedó de pie, inmóvil, a un par de pasos de la entrada.-
Julian permaneció de espaldas a ella, una silueta oscura contra el resplandor de la ciudad al anochecer. Los segundos se alargaban, cada uno más tenso que el anterior.
Finalmente, se giró. Sus movimientos eran lentos, fluidos, llenos de una confianza que Ava nunca había sentido en su vida.
Sus ojos la recorrieron de la cabeza a los pies. No fue una mirada de deseo, sino de evaluación, como si estuviera inspeccionando una propiedad.
Su rostro no revelaba ninguna emoción. Era un lienzo en blanco, perfectamente controlado.
—¿Nerviosa? —preguntó él. Su voz era suave, casi un susurro, lo que la hizo más desconcertante.
Ava no respondió. Tragó saliva, sintiendo la garganta seca.
Él dio un paso hacia ella, y luego otro. No se detuvo a una distancia respetuosa.
Continuó avanzando hasta que el espacio entre ellos casi desapareció. Ava podía oler el aroma caro y sutil de su loción, una mezcla de sándalo y cítricos.
Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Se obligó a mantenerse erguida, a no retroceder.
Con un movimiento deliberado, Julian levantó una mano y le quitó el maletín de los dedos. Sus nudillos rozaron los de ella, y la piel de Ava se erizó.
Dejó el maletín sobre una mesa de cristal cercana sin mirarlo. El sonido del cuero contra el cristal fue el único ruido en la habitación.
—No estamos aquí para hablar de trabajo —dijo él, su voz todavía baja y tranquila.
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