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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 302

Los celos eran un sentimiento que Alejandro solo había sentido por poco tiempo en su niñez, cuando envidiaba que Diego tuviera una familia completa.

Nunca imaginó que, casi a los treinta, esa emoción volvería con tanta intensidad y sacudiría por primera vez la tranquilidad de su vida.

Desde pequeño tuvo que aceptar muchas cosas que nadie le explicaba. ¿Por qué él no tenía padres ni familia y los demás sí? ¿Por qué, cuando su hermano menor lo vio por primera vez, lo recibió con odio, tiró al suelo el regalo que Alejandro duró días haciéndole y le gritó que era un intruso que no merecía ser su hermano?

Más tarde Alejandro lo entendió. Pero en ese momento era un niño. Los niños suelen tener demasiadas preguntas sobre el mundo y no siempre encuentran a quién hacérselas. Él solo podía aguantar en silencio. Con el tiempo, ese silencio se volvió parte de su carácter. Poco a poco, dejó de interesarse por las cosas.

Hasta ese momento, toda su vida había sido dejarse llevar por la corriente: trabajo, éxito, apariencia de estabilidad. Para los demás era un hombre admirable, pero en realidad nunca hubo nada que de verdad deseara con el alma. En el fondo, nunca supo qué quería.

El deseo es lo que da sentido a la vida. Pero ni la fama ni el dinero despertaban nada en él y jamás se había cruzado con alguien que le gustara de verdad. Por eso se consideraba un hombre aburrido. Su vida no era como la de Camilo, rodeado de amigos, fiestas y excesos. Él solo trabajaba, esforzándose por cosas cuyo propósito ni siquiera entendía.

Hasta que, tres años atrás, mientras inspeccionaba un proyecto en la costa y se tomaba unos días de descanso, la vio. Sofía, siempre caminando junto al mar. Al principio no le prestó atención, pero después de encontrársela varias veces, no pudo evitar preguntarse por qué ella se veía frágil y triste. Entonces empezó a observarla.

Decía no saber qué era gustar de alguien, pero durante esos tres años, cada vez que veía el mar, pensaba en ella. Todavía recordaba el primer día de su regreso, cuando la vio y el corazón le dio un vuelco. Nunca la había olvidado. Era raro, inusual. Y como no tenía experiencia en esos asuntos, veía eso “raro” como algo normal. Igual que desde niño: dejar que la vida lo empujara.

Con Sofía pasó lo mismo. Quería prestarle atención, y lo hizo. Durante todo ese tiempo, había seguido ese impulso. Hasta que, de la nada, un pensamiento que creía imposible despertó en él como una avalancha: en el momento en que tomó conciencia, comprendió que llevaba tres años mintiéndose a sí mismo.

Él se dio cuenta de algo que jamás se había permitido pensar: ella le gustaba.

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