Alfonso: “……”
Frente a él, la puerta se mantenía cerrada.
Por primera vez, el siempre orgulloso Alfonso se topó con una negativa tajante, y aun así, en su semblante no se asomó ni rastro de enojo.
Bajó la mirada, las pestañas temblando apenas.
Parecía haberse olvidado de sí mismo.
En ese instante, supo que a los ojos de ella debía lucir como un tipo extraño y atrevido.
En el fondo, Alfonso buscaba disculpar a Sofía, pero sentía un amargor en el pecho.
La había buscado durante tanto tiempo.
Fijó la mirada en la puerta cerrada, como si a través de esa barrera pudiera dejar que sus verdaderos sentimientos salieran a flote.
Sus ojos, antes tan firmes, ahora mostraban nostalgia y un cariño que no podía ocultar.
Pero no importaba.
Una media sonrisa asomó en el rostro de Alfonso. Su mirada, lejos de apagarse, se encendió con una determinación nueva.
Ya que al fin la había encontrado y comprendía que ella tampoco la estaba pasando bien, no pensaba echarse atrás. Tenía que estar a su lado, sin importar nada.
Apretó el puño, las venas marcándose en su brazo con fuerza.
...
Dentro de la habitación, Sofía abrió los ojos como platos, mientras Bea la observaba con curiosidad ante su reacción tan extraña.
¿Qué quiso decir Alfonso hace un momento?
Con la boca entreabierta, Sofía aún sentía el calor del hombre en su frente, o quizá era solo el rubor que le invadía las mejillas.
Ya no se escuchaba ningún ruido en el pasillo, y poco a poco su corazón logró calmarse.
Intentó tranquilizarse y darle vueltas en la cabeza a todo lo que acababa de ocurrir, sobre todo a esa escena que la había dejado sin palabras.
¿Por qué pasaba esto? Apenas y se conocían.
La confusión la tenía atrapada. Incluso llegó a pensar, aunque fuera un poco maliciosa, si ese hombre no tendría alguna intención oculta.
Después de todo, ella era una madre soltera a punto de divorciarse, ¿qué podría atraer a alguien como Alfonso, un joven con una vida tan distinta a la suya, para que quisiera convertirse en… el “nuevo papá” de Bea?
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Si solo se tratara de una simple coincidencia, podría pensar que era por su apariencia.
Sabía que su belleza era llamativa, pero Alfonso no parecía el tipo que se dejara llevar por eso. Además, tras un año en la cárcel y el desgaste de sobrevivir, su aspecto había cambiado; no solo eso, ahora tenía una cicatriz más.
Recordar su pasado hizo que la tristeza la invadiera en silencio.
Se mordió el labio, y sin querer, empezó a juzgar a quien estaba del otro lado de la puerta.
—Voy a checar cómo va el examen del golden retriever. Aquí tienes mis datos.
La voz de Alfonso resonó de nuevo. Sofía, atenta, escuchó un leve ruido.
Un trozo de tela suave asomó bajo la puerta y se deslizó por el piso.
Sofía se agachó para verlo: una fina pañoleta de seda con un número escrito con marcador azul pálido.
Luego, los pasos alejándose.
Sofía se quedó inmóvil unos segundos. Al recuperar el aliento, se inclinó y recogió la pañoleta, apretándola con fuerza.
Desde que salió de la cárcel, ansiaba una vida tranquila, común y corriente.



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