Sofía arqueó una ceja, conteniendo el malhumor que amenazaba con brotar. Alzó la mano y se masajeó la sien, tratando de calmar esa vena que latía en su frente.
Pensó un instante, luego se adelantó y propuso:
—No te preocupes, prefiero tomar un taxi cuando llegue el momento.
Alfonso, que entendía perfectamente lo que Sofía estaba pensando, no insistió. Con voz suave, aceptó:
—Entonces te espero en la entrada.
—Está bien.
Así quedó decidido.
Cuando terminaron la llamada, Sofía se dio cuenta de que ya estaba cayendo la tarde. No podía perder más tiempo. Le preparó el biberón a Bea y, después de alimentarla, la acomodó en la cuna para que jugara un rato sola.
Después se dirigió a su tocador para maquillarse. Faltaban menos de cuatro horas para que iniciara la subasta, y Sofía debía salir antes de que Santiago regresara a casa. Si no, sería difícil explicar cómo había rechazado la invitación de Santiago a la subasta solo para luego aceptar la de otra persona. No sonaba nada bien.
Aunque, si terminaban coincidiendo en el evento… ya vería cómo manejar la situación.
Con esa idea, aceleró el paso.
Una hora más tarde, su reflejo mostraba un rostro sereno y cautivador, con delicados rasgos y una piel que parecía de porcelana. Sofía se contempló satisfecha: la cicatriz en su mejilla estaba perfectamente cubierta con corrector, y el maquillaje resaltaba su belleza de una forma discreta y elegante.
Se puso el vestido de gala, vistió a Bea con su pequeño conjunto y, listas las dos, subieron al carro que ya tenía reservado rumbo al lugar del evento.
La subasta se llevaría a cabo en el sitio más grande de exposiciones florales bajo techo de Olivetto. Un lugar peculiar, rebosante de aromas y colores.
Cuando Sofía llegó, Alfonso la esperaba en la entrada. Tenía el ceño fruncido y su porte imponente mantenía alejadas a las mujeres que intentaban acercarse. El aire a su alrededor era tan cortante que cualquier intento de coqueteo se desmoronaba antes de empezar.
Aun así, varias miradas tímidas y llenas de deseo se posaban en él, como si no pudieran evitarlo.
Sin embargo, en cuanto Alfonso vio a Sofía, su expresión cambió por completo. Sus ojos oscuros, antes sombríos, brillaron como si la primavera hubiera llegado de golpe. De inmediato se acercó a ella, sin ocultar lo impresionado que estaba.
—Te ves increíble.
El cumplido fue tan directo que Sofía bajó la cabeza, incómoda y con las mejillas ardiendo.


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