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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 134

Los ojos de Rafael brillaban de manera indescifrable, pero aun así, arqueó las cejas con ese aire despreocupado y miró a Isidora. En su mirada, tan profunda como una noche de tormenta, se notaba una pizca de burla, como si estuviera disfrutando del espectáculo.

Isidora, furiosa, volteó a verlo. Apenas cruzó la mirada con Rafael, las mejillas se le encendieron y la rabia se le subió al cuello.

—¿Qué tonterías andan diciendo esas? —masculló, apretando la voz—. Desde antes de que Sofía fuera a la cárcel, Santi ya ni la pelaba, mucho menos ahora que es solo una exconvicta con antecedentes.

No se molestó en ocultar la envidia que le ardía en los ojos, pero apenas terminó de hablar, el ambiente dentro del carro se tensó, como si el aire se hubiera vuelto más pesado y helado.

El único sonido que rompía el silencio era el golpeteo despreocupado de Rafael sobre el volante.

Isidora tragó saliva.

En el fondo, sabía que se le había ido la mano, que la rabia le soltó la lengua sin filtro.

Al fin y al cabo, Rafael también sentía algo por Sofía.

Pero…

Isidora apretó los puños.

Por más que lo pensara, no lograba entender qué tenía Sofía para llamar la atención de estos tipos que parecían tenerlo todo. ¡Ahora era solo una madre soltera con antecedentes! ¿Cómo podía seguir siendo el centro de las miradas?

Mordió los dientes, tan fuerte que casi se lastimó, pero al final no le quedó de otra más que bajarse del carro, sosteniendo la larga falda de su vestido, resignada a entrar por separado de Rafael.

Santiago, esta vez, no la había invitado como su acompañante, y el comité organizador tampoco le había enviado invitación. Ahora que Isidora era la diseñadora principal del Grupo Cárdenas, podía entrar por mérito propio, pero en años anteriores siempre iba del brazo de Santiago, así que los organizadores ni se molestaban en enviarle invitación aparte.

Si no fuera porque le rogó a Rafael, ni siquiera habría puesto un pie en esa subasta.

Apretó la tela de su vestido, y cuando se acercó a la entrada, forzó una sonrisa serena, intentando no perder la compostura.

Su vestido de gala, tan elegante, ahora tenía marcas de sus dedos, pero en cuanto lo soltó, el tejido volvió a lucir impecable.

Su aparición sorprendió a quienes hacían fila para entrar. Todos se quedaron mirándola un segundo, y enseguida apartaron la vista, fingiendo no verla.

Isidora se mordió los labios, aguantando las ganas de explotar. Siguió caminando hacia el interior, sin mirar a nadie.

Apenas desapareció su silueta, los que estaban cerca comenzaron a intercambiar miradas, leyendo en los ojos ajenos la misma extraña malicia.

Isidora no era ninguna ingenua; por supuesto, notaba las miradas que le lanzaban a la espalda.

Por dentro, sentía una rabia que casi le quemaba el pecho.

Desde que, hacía un año, ocupó el lugar de Sofía, siempre había ido por la vida rodeada de respeto y halagos. No recordaba otra ocasión en que la hubieran hecho sentir tan incómoda.

Guardó todo ese rencor para Sofía.

Apenas entró, la confianza de otras veces la abandonó. Se sintió fuera de lugar, nerviosa, y no le quedó más que escanear el salón, buscando la figura de Santiago.

Pero apenas avanzó unos pasos, sin ni siquiera distinguir el saco de Santiago entre la multitud, una voz anunció que la subasta estaba por comenzar.

—¿Se le ofrece algo? —le lanzó Sofía, con el ceño fruncido y clara molestia por la forma descarada en que la evaluaba.

No le sonrió ni intentó ser amable, lo que al hombre no le gustó nada.

Se irguió, soltando una voz cargada de desprecio:

—¡Solo preguntaba! ¡Una mamá soltera perdiendo el tiempo aquí!

La seguridad con la que lo dijo casi hizo que Sofía soltara una carcajada de incredulidad.

Ella estaba ahí, tranquila, y el otro fue quien vino a molestar.

Sofía relajó el ceño y lo miró fijo, tan seria que el hombre se incomodó.

Él se frotó los brazos, como si se le hubiera puesto la piel de gallina, y agitó la mano:

—¡Bah! ¡Qué mala vibra!

Dicho esto, ya iba a marcharse.

Pero en ese instante, una mano grande le cayó sobre el hombro.

—¿Mala vibra? ¿Y aun así te atreviste a venir? ¿Dónde están los filtros de esta subasta? ¿Ahora dejan entrar a cualquier bicho raro?

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