Hace un año, también al atardecer y bajo la lluvia, Sofía se quedó parada en Villas del Monte Verde, mirando con tristeza las hojas empapadas de los plátanos, hasta que la noche cayó por completo.
En aquel entonces, todavía quería a Santiago, pero su corazón, que había latido tan fuerte por él, ya estaba cansado.
Ahora...
Sofía pasó la mano por encima de las enormes letras que decían “Divorcio” en el acuerdo, sus ojos serenos, casi sin emociones. Solo cuando pensaba en Bea, dormida en la habitación, su expresión se suavizaba un poco.
No era que su corazón hubiera muerto, más bien, por fin había despertado.
—¡Sofi!
Alguien tocó la puerta. Sofía dejó el acuerdo de divorcio en la mesa de centro y fue a abrir.
—Para celebrar que nos reencontramos después de tanto, ¿qué te parece si yo invito y salimos a cenar?
Joel apareció en la entrada, impecable con su traje, las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de brillo.
No esperaba que regresara tan pronto.
Aún más sorprendida por la invitación, Sofía intentó rechazar de inmediato:
—Ya es mucho que nos hayas recibido a mi hija y a mí, no quiero que gastes más invitándonos.
—Si te pones en ese plan, tú eras de las mejores abogadas que había, y tuviste la paciencia de aconsejarme cuando empezaba. Eso cuenta como clases privadas, todavía te estoy debiendo.
—¿Sofi, me vas a tratar como si fuera un extraño?
Joel fingió molestia, logrando que Sofía soltara una risa leve.
El ambiente se volvió tan relajado que Joel, decidido, dijo:
—Ya quedó. Sofi, ve por Bea y yo voy sacando el carro.
Hasta ese punto, Sofía ya no encontró motivos para negarse, así que sonrió de medio lado y fue al cuarto.
Joel, satisfecho, soltó un suspiro y esperó en la sala.
Apenas se sentó en el sillón, notó un documento sobre la mesa. La curiosidad le ganó; lo tomó y, al leerlo, descubrió que era un acuerdo de divorcio firmado.
Justo en ese momento, Sofía salió con Bea en brazos y cruzó la mirada con Joel.
¿De verdad un año en prisión podía cambiar tanto a una persona?
Joel la miró de reojo, con cautela.
En su memoria, la abogada Rojas siempre había sido fuerte y amable, pero vivía apagada por culpa de Santiago.
Ella, que antes brillaba como el sol de la mañana y solo tenía ojos para ese tipo, ahora ya no mostraba las garras, solo quedaba una delicadeza tranquila, marcada por las heridas.
—Qué bueno que lo entendiste —murmuró él, cambiando de tema enseguida—. Bea seguro tiene hambre, voy a llevar el biberón.
No siguieron hablando del pasado.
Joel llevó a Sofía y a Bea a un restaurante nuevo junto al río. Bea, que al subirse al carro todavía andaba medio dormida, ahora tenía los ojos enormes, tan negros como uvas, y miraba todo a su alrededor.
Al ver al señor junto a su mamá, la niña pareció captar la calidez que él transmitía, y le regaló una sonrisa dulce.
Joel lo notó y, sin saber por qué, algo en su pecho se estremeció.
Tal vez, pensó, criar a un niño no estaría nada mal...

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