En la ceremonia de graduación, los padres de familia llegaban poco a poco, llenando el auditorio con murmullos y sonrisas. El director estaba de pie sobre el escenario, dando su discurso, mientras todos los estudiantes se sentaban felices junto a sus familiares.
Fabiola, en cambio, permanecía sola en su asiento, con el corazón apretado y una sensación amarga que no podía ocultar. Miró a ambos lados y se dio cuenta, como tantas veces antes, que nadie de su familia asistiría por ella. Desde pequeña, sus reuniones escolares habían sido siempre así: un asiento vacío reservado para alguien que nunca llegaba.
Cuánto envidiaba a los demás, a esos compañeros que podían apoyarse en sus padres sin importar lo que pasara, que sentían ese respaldo incondicional detrás de cada paso importante.
Pero ella, en cambio, solo tenía el vacío detrás de sí.
—Fabiola, ¿y tus papás? —Ximena gritó con descaro desde unas filas más adelante, buscando ridiculizarla frente a todos.
Fabiola no respondió. Se quedó sentada, tragándose la tristeza, apretando el celular con fuerza en la mano, como si fuera una tabla de salvación. Pensó en marcarle a Agustín, pero el miedo a interrumpirlo la detuvo. ¿Y si estaba ocupado? ¿Y si ni siquiera quería escucharla?
Se sintió como un canario enjaulado, adornando la vida de otro sin derecho a exigir nada. Una sonrisa amarga se le escapó; últimamente se había creído demasiado especial. ¿De verdad pensaba que ocupaba un lugar importante en la vida de Agustín?
Las risas y susurros de Ximena y sus amigas la sacaron de sus pensamientos.
—Nadie vino a tu graduación, qué pena —decía una, mientras otra agregaba comentarios igual de crueles.
Fabiola mantuvo la calma, esperando a que el director comenzara a llamar a los graduados destacados. Soñaba con subir al escenario y ver a alguien de su familia en la audiencia, orgulloso de ella. Pero era una huérfana, abandonada por quienes debieron cuidarla.
—A continuación, invitamos a los estudiantes destacados a subir al escenario —anunció el director.
La primera en ser llamada fue Ximena, quien subió con la cabeza en alto y una media sonrisa presumida. Todos sabían que Ximena rara vez llegaba a tiempo a clases, faltaba constantemente y sus calificaciones dejaban mucho que desear. Pero su familia tenía poder, así que ahí estaba, recibiendo el reconocimiento de “mejor graduada”.
Nadie se atrevía a cuestionar la injusticia, aunque todos sabían la verdad.

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