Agustín hojeó el archivo y su expresión se fue endureciendo cada vez más.
Fabiola había sido abandonada en la puerta de un orfanato, envuelta en una manta, cuando apenas era una bebé.
A diferencia de muchos niños que llegaban ahí con enfermedades o alguna discapacidad, ella era la única niña sana e inteligente de ese lugar.
La directora del orfanato la crio como pudo, haciendo maravillas con los pocos recursos disponibles para que Fabiola pudiera ir a la escuela.
Fabiola nunca decepcionó. Era lista, siempre sacaba las mejores calificaciones desde primaria, y cuando llegó el examen de ingreso universitario, quedó en primer lugar y fue aceptada en la Universidad Costa Esmeralda. Se convirtió en el orgullo y la esperanza del orfanato entero.
Su talento para el dibujo y el diseño era evidente desde la secundaria. Ganó varios premios, aunque sus maestros publicaban los trabajos a su nombre. Vivió muchas injusticias, pero aun así nunca perdió la sonrisa ni las ganas de salir adelante.
Soñaba con un mundo mejor. Quería irse a estudiar a una gran ciudad, conocer otros países, regresar algún día más fuerte y exitosa, y así poder proteger a los otros niños como ella.
Pero la vida no es un cuento de hadas. En una sociedad donde la cuna lo es todo, los niños del orfanato simplemente no podían llegar tan lejos.
No importaba cuánto se esforzara, siempre terminaba siendo pisoteada por aquellos que habían nacido en familias acomodadas.
Renata le tenía envidia a Fabiola. No solo porque Fabiola era guapa e inteligente, sino porque, siendo huérfana, su luz era imposible de ignorar.
—Fabiola estuvo con Sebastián cuatro años... Señor Agustín, ¿quiere que le ayude a elegir otra candidata para el matrimonio? Yo creo que Fabiola no es la indicada, podría traerle muchos problemas —dijo el asistente, con el temor de que involucrarse con Fabiola solo trajera complicaciones para todos.
Aunque la familia Lucero no le tenía miedo a los Benítez, y Agustín mucho menos a Sebastián, al final de cuentas los dos eran empresarios. Nadie quería enemistarse de más con el otro.
Agustín no respondió. Simplemente lanzó la tableta a un lado y se recostó en el sofá, mirando a Fabiola salir del probador.
Fabiola siempre usaba pantalón y mangas largas. Era la primera vez que la veían con un vestido de tirantes y la espalda descubierta. Parada ahí, se veía incómoda y nerviosa, sin saber qué hacer con las manos, mirando a Agustín con cierta inquietud.
Era como una perla, pero su historia le había robado la seguridad.
No... tal vez no era que le faltara confianza, sino que, tras años de aprender a esconder su brillo, ya lo tenía grabado hasta en los huesos.
—Señor Agustín... ¿de verdad tengo que ponerme esto? —preguntó Fabiola, tironeando nerviosa la tela del pecho.
—¿Tú crees que va a interesarle lo que pagas? —reviró Agustín, alzando una ceja y rechazando la oferta en nombre de Fabiola.
El estilista solo sonrió y la llevó a sentarse en una silla para maquillarla.
Andy era un maquillista famoso, encargado de preparar a muchas celebridades. Sus manos hacían magia y, como Fabiola ya tenía una belleza natural, en poco tiempo logró un maquillaje sencillo: un ligero ahumado en los ojos y labios rojos.
Su cabello negro caía sobre los hombros, lacio y brillante. Vestido rojo, labios rojos... y esa cara que atrapaba todas las miradas.
El asistente tragó saliva y tosió, arrepintiéndose un poco de haber sugerido cambiar a la candidata.
Fabiola podría ser un problema, sí, pero también era imposible negar su atractivo.
Sin embargo... Sebastián también iba a estar en la fiesta de esta noche. El asistente no entendía por qué Agustín insistía en llevar a Fabiola como su acompañante.
¿Esto no terminaría siendo un desastre total?

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