Había sido adoptada dos veces, devuelta dos veces. Cuando se topó con Sebastián Benítez, creyó haber encontrado al fin su salvación. Pero, al final, también él la dejó atrás.
¿Y Agustín Lucero? Tarde o temprano, seguro que también la dejaría.
—¡Agustín!
En medio de la confusión, Fabiola Campos despertó sobresaltada por una pesadilla.
Su respiración se volvió agitada mientras buscaba a su alrededor. Agustín no estaba allí.
El miedo se apoderó de ella.
—Agustín...
Fabiola salió apresurada de la recámara, descalza, buscando desesperadamente la figura de Agustín.
En ese instante, aún entre el sueño y la vigilia, era cuando más vulnerable se sentía. No lograba aclarar su mente.
—¿Fabiola? —Al verla tan alterada, Agustín subió corriendo y la abrazó con fuerza—. ¿Qué pasó? ¿Tuviste una pesadilla?
Fue hasta ese momento que Fabiola logró despabilarse, pero la angustia se le instaló en el pecho, todavía más fuerte. Se dio cuenta... que a estas alturas ya dependía de Agustín, y le aterraba la idea de perderlo.
Con Sebastián, siempre pudo recordarse a sí misma que él nunca la iba a elegir, que tarde o temprano se separarían.
Pero ahora... aunque sabía perfectamente que ese matrimonio por contrato con Agustín tenía fecha de caducidad, ¿por qué se estaba dejando llevar por sus sentimientos?
Cuando llegara el momento de separarse, ¿cómo iba a soportarlo?
—No pasa nada... solo tuve una pesadilla —respondió Fabiola en voz baja.
Agustín la cargó en brazos y la llevó de vuelta a la recámara—. Anda, regresa a dormir. Yo me quedo aquí contigo.
Fabiola se acomodó bajo las cobijas, mirando cómo Agustín se sentaba en la orilla de la cama con su laptop, siguiendo con su trabajo. Sintió un nudo en la garganta.
Pensó que quizá estaba siendo demasiado sensible, pero aun así, no pudo evitar acurrucarse más cerca de él. Solo así podía dormir tranquila.

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