Fabiola no le hizo caso a Gastón; se concentró en la clase, y Gastón tampoco la molestó. Los dos se sentaron uno junto al otro, pero cada quien en su mundo, sin cruzar palabra.
Aun así, Fabiola no pudo evitar mirar a Gastón varias veces, intrigada. Ese chico de verdad se parecía mucho a Agustín, especialmente en la mirada y las cejas; era como si compartieran algo más que el apellido.
Cuando terminó la primera clase y el profesor salió del aula, Gastón se puso a organizar sus apuntes con mucho esmero.
Era evidente que le gustaba aprender y que no desperdiciaba ninguna oportunidad para hacerlo.
A Fabiola le sorprendía esa actitud tan dedicada, pero en cuanto recordaba que toda esa disciplina era solo para pelear por la herencia de su esposo, se le revolvía el estómago.
No podía evitar molestarse.
Miró a Gastón con el ceño fruncido.
—¿Podrías dejar de sentarte junto a mí?
Gastón se quedó viéndola con una expresión de perrito herido, dudando antes de responder.
—Cuñada... si me siento en otro lado, Karla va a venir de inmediato a buscarme. Y la verdad, no me cae bien.
Fabiola respiró hondo. Así que, en el fondo, Gastón solo la estaba usando como escudo.
Decidió no seguir discutiendo con él y, cuando empezó la siguiente clase, se cambió de lugar.
Gastón, por su parte, se notaba incómodo. Apenas Karla intentó sentarse a su lado, él se levantó de golpe, abrazando sus libros, y fue directo a buscar a Fabiola.
Para evitarlo, Fabiola se adelantó y se sentó con Griselda, dejando un espacio vacío entre ellas. Así, ya no había lugar para que Gastón se acomodara junto a ella.
Griselda, por su parte, no entendía por qué Fabiola parecía estar contra ese chico. A fin de cuentas, el muchacho era atractivo y, para colmo, tenía un aire a Agustín.
Pero no preguntó nada.
Gastón, mientras tanto, se acercó con sus libros y una mirada de cachorro abandonado.
—Señorita, ¿me puedo sentar entre ustedes?
Fabiola apretó los labios, ya sin palabras. ¿Ahora quería sentarse justo en medio?
—¡Gastón! —Karla, visiblemente molesta, golpeó la mesa y se puso de pie—. ¿Qué pretendes? ¿Te crees mucho por rechazarme? ¿No te das cuenta de lo que te pierdes por no estar conmigo?
Gastón la miró sin inmutarse.
—Perdón, pero lo único que veo de sentarme contigo son cosas malas. Hablas mucho y no me dejas concentrarme.

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