—Sergio, llegamos tarde, ¿cómo está el abuelo? —Paulina y su papá, Héctor Barrera, entraron con prisa.
—Lo pasaron a terapia intensiva. Nadie sabe bien cómo está. Si llega a despertar… —soltó Sergio, con una mueca de fastidio que no se molestó en ocultar.
Héctor sonrió, bajando la voz como quien comparte un secreto peligroso.
—Seguro el viejo ya está pensando en dejar testamento. Ahora Gastón tiene el control y las acciones del Grupo Lucero, pero ustedes saben que el dinero en efectivo es lo que más vale. Si el abuelo le da todas las acciones a Gastón, es muy probable que le deje todo el resto de la fortuna a Agustín. Eso me lo contó él mismo a mi papá.
El rostro de Sergio cambió por completo; miró a Héctor con incredulidad.
—¿Todo para Agustín?
—Así es. Ese día, mi papá le sugirió al abuelo que no era justo dejarle todas las acciones a Gastón, que Agustín quedaría en desventaja. Y el abuelo soltó que entonces le dejaría todo el dinero y las propiedades a Agustín. Solo en efectivo, el viejo tiene como dos mil millones de pesos. Si Agustín recibe esa lana… podría levantarse muy rápido. Y todavía están esas casas, terrenos, fondos, joyas… toda una fortuna.
El sudor frío le brotó a Sergio. Aquello lo dejó helado.
Si todo eso terminaba en manos de Agustín, ¿para qué habían regresado ellos? ¿De qué serviría tanto esfuerzo si al final el botín se les escapaba de las manos?
Y ahora, a Sergio se le revolvía la rabia en el pecho. Ya ni se molestó en disimular su odio hacia el abuelo. Hasta se le cruzó por la cabeza la idea de deshacerse de él.
...
Afuera del Hospital de la Ciudad de la Luna Creciente.
Dentro de un lujoso carro negro, Agustín contestó una llamada.
—Señor, tal como sospechaba, Héctor fue a ver a Sergio al hospital. Seguro van a mover las cosas para que Sergio haga algo contra el abuelo.
Agustín tamborileó los dedos sobre su pierna, tranquilo, como si todo saliera según lo planeado.
Fabiola, a su lado, no se atrevió a preguntar más. Solo permaneció en silencio, acompañándolo.
—Que todo siga tal cual acordamos. —La voz de Agustín era grave, cargada de una calma tensa.
Esto era cosa de Sergio. El abuelo no podía culparlo si Sergio cruzaba la línea.
Sergio había regresado por su cuenta, justo para caer en la trampa...
Agustín nunca perdonaba a quienes lo traicionaban. Lo llevaba en la sangre.
Cuando Sergio se fue de la familia Lucero, firmando aquel acuerdo de no volver jamás, Agustín decidió dejarlo ir, como si ese padre ya estuviera muerto.


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