Sebastián frunció el ceño, el disgusto se le notaba.
—Fabiola, cállate.
Fabiola soltó una risa burlona y decidió no decir nada más.
Martina, con los ojos enrojecidos, miró a Sebastián, intentando forzarlo.
—Sebastián, no le hables así a Fabiola. Al fin y al cabo, lleva cuatro años contigo… y también me ayudó a cuidarte todo ese tiempo…
Fabiola pensó que todo aquello era absurdo y apartó la mirada, evitando verlos.
Martina, con la voz temblorosa, volvió a insistir:
—Sebastián, si de verdad piensas casarte conmigo… por lo menos deberías compensarla de alguna forma.
Sebastián asintió despacio.
—Está bien…
Volteó hacia Fabiola y habló otra vez:
—Fabiola, Martina es una persona buena por naturaleza. No deberías difamarla así en redes sociales.
Fabiola fingió no escuchar, mirando fijamente por la ventana.
¿Desde cuándo la voz de Sebastián se volvió tan molesta? ¿Buena persona? Qué chiste.
—Sebastián, Fabiola ya no es una niña, ya debería formar una familia —Martina lanzó la indirecta, con un tono calculado—. Yo quiero verla casada y tranquila antes de casarme contigo, porque si no… me sentiría culpable.
Fabiola apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le marcaron en la palma. Sentía que hasta el aire se le atoraba en la garganta.
Martina solo quería que Sebastián la “casara” lo más pronto posible.
—Señorita Martina, mi vida privada no es asunto suyo —Fabiola señaló la puerta, furiosa—. Por favor, salgan de mi cuarto.
Martina, aún con los ojos húmedos, buscó la mirada de Sebastián.
—Sebastián… mejor posponemos nuestra boda. Cuando Fabiola me perdone, y después de que se case, hablamos de lo nuestro.
Sebastián sabía bien que Martina lo estaba presionando. Lo forzaba a tomar una decisión en ese momento, a dar el ejemplo.
Lo que ella quería era que Sebastián, antes de la boda, “arreglara” ese asunto pendiente que era Fabiola.
Sebastián guardó silencio un buen rato. Finalmente, se giró hacia Fabiola.
—Voy a buscarte un joven trabajador y con futuro en la empresa. Te casas con él y te estableces aquí mismo, en Costa Esmeralda.
—Te regalaré una casa, será tuya antes del matrimonio… —añadió Sebastián, como si de verdad estuviera haciendo un gran favor.
—Eres repugnante —Fabiola lo miró, respirando agitadamente—. Prefiero quedarme sola toda mi vida antes que obedecerte.
—Me enteré que la demolición del orfanato ya está por aprobarse. Si no tienes dinero ni contactos para mudarlo, tu orfanato de toda la vida va a desaparecer. Los niños serán enviados a diferentes lugares —Sebastián bajó la voz, ya usándola como amenaza.
Fabiola lo miró con rabia contenida.
—¡Eres un desgraciado, Sebastián!
Sebastián apartó la mirada, incapaz de aguantarle los ojos a Fabiola.
En ese instante, la puerta se abrió y Agustín entró con una bolsa de desayuno, la colocó sobre la mesa y miró de reojo a Martina.


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