El rostro de Violeta perdió color por un instante. La suite en el último piso del hotel más lujoso de la ciudad… ni con todo el dinero del mundo cualquiera podía hospedarse ahí. Además, la seguridad del Hotel Las Dunas Doradas era de otro nivel. Si ella quería hacerle algo a Gastón Lucero, como instalar una cámara escondida para grabar alguna prueba en su contra, sería imposible.
Todos los días el hotel tenía personal asignado para limpiar. Si Agustín no autorizaba la entrada de alguien, era imposible poner un pie ahí. Y aunque lograra que alguien colara una microcámara, la seguridad la detectaría enseguida; revisaban todo el lugar a diario. Así que, la verdad, era un gran problema.
Pensándolo bien, Violeta esbozó una sonrisa y habló:
—Agustín, tener a tu hermano viviendo en un hotel todo el tiempo tampoco es lo más adecuado. Mira lo que dicen en internet, que casi lo echaste a la calle, que no le diste ni una casa. Así la gente empieza a hablar mal de ti… y eso puede afectar tu emprendimiento.
—No me importa. Que digan lo que quieran, a mí no me afecta en lo más mínimo —respondió Agustín, sin darle mayor importancia, aunque ya le había calado la intención de Violeta.
El viejo de la familia Lucero sí que se había equivocado al apostar por Violeta, esa supuesta estudiante prodigio.
Ahora se daba cuenta: no era lista, solo mala.
—¿De verdad no te importa tu reputación, Agustín? Pero piensa en Fabiola. En la escuela ya muchos hablan mal de ella, dicen que es una interesada, que solo se casó contigo por el dinero y que ahora te manipula para ir en contra de tu propio hermano —insistió Violeta, buscando provocarlo.
—¿Ah, sí? Y tú, que eres uno de los talentos que la familia Lucero preparó, ¿escuchaste estos chismes y no hiciste nada para frenarlos? Entonces, ¿para qué te formó la familia Lucero? ¿De qué sirvió invertir en ti? —la voz de Agustín salió baja, con una rabia contenida que se notaba en sus palabras.
Violeta sintió un golpe en el pecho; no esperaba que Agustín fuera tan directo.
—Agustín, yo sí intenté frenarlo en cuanto supe, pero el rumor ya estaba en todos lados… no alcanzaba para detenerlo yo sola… —intentó justificarse Violeta, apresurada.
—Para que te quede claro: para la familia Lucero, eres como un perro entrenado. Si no pudiste evitar que los chismes se extendieran, entonces tu capacidad deja mucho que desear. Estás haciendo quedar mal a quienes te apoyaron —Agustín la miró sin pizca de emoción—. Yo mismo voy a investigar de dónde salió todo este cuento… y más te vale que hagas algo útil cuando llegue el momento. Aquí no se quedan los que no sirven.
Sin decir más, Agustín subió a su carro y se fue.

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