—Así que la señorita Martina también le tiene miedo a alguien... Yo pensé que ustedes ya hacían y deshacían a su antojo —Fabiola no pudo evitar soltar un comentario sarcástico, con una sonrisa apenas disimulada.
Martina apretó los puños, conteniendo su molestia, y miró a Sebastián.
—Sebastián, ¿ya viste cómo me habla?
Sebastián se frotó la frente, fastidiado, y le habló a Fabiola con un tono grave.
—Fabiola, ven para acá.
Quería que Fabiola entendiera su lugar y no armara más problemas.
—Agustín podrá ayudarte por un rato, pero no va a estar ahí siempre. Ahora te echa una mano porque le resultas útil, porque cree que puedes servir para algo. ¿Me entiendes?
En la cabeza de un empresario como Sebastián, todo tenía que ver con el provecho y el valor. Nada se hacía porque sí. Y estaba seguro de que Agustín era igual.
Fabiola lo miró fijamente.
—Yo sé que él no va a estar ahí toda la vida para mí.
Dicho esto, Fabiola se fue con Emilio, sin mirar atrás.
Ella sabía de sobra que nadie le iba a tender la mano para siempre, así que pensaba aprovechar ese momento en que Agustín la apoyaba para construirse una nueva identidad, una que pudiera protegerla toda la vida.
...
Residencial Zona Diamante.
Emilio manejó el carro hasta la mansión de Agustín en Costa Esmeralda. Al llegar, la misma señora amable de siempre, la empleada, salió a recibirla con una sonrisa cálida.
—Señorita Fabiola, qué gusto volver a verla —dijo la señora, ofreciéndole un vaso de agua tibia.
—Gracias —respondió Fabiola, correspondiendo la sonrisa.
Emilio se acercó con formalidad.
—Señorita Fabiola, el señor Agustín no suele venir mucho a Costa Esmeralda, pero pidió que se quedara aquí antes de su viaje al extranjero —dijo, y enseguida sacó un contrato—. Este es el acuerdo prenupcial, por favor, revíselo.

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