Gastón asintió rápido, como si por fin hubiera encontrado la excusa perfecta para no regresar.
—Violeta, perdón, justo acabo de tener un problema, dentro del Grupo Lucero hay un montón de líos ahora mismo, y en este momento tengo que cuidar a mi cuñada. Si no lo hago... los jefes de la empresa seguro van a aprovechar para armar alboroto otra vez.
A Violeta no le gustó nada la respuesta, pero tampoco tenía cómo refutarlo. Después de todo, ella misma había sugerido antes que Gastón se llevara bien con Agustín para, cuando él muriera, poder repartirse su herencia.
Aunque ahora ya no quedaba mucho por heredarle a Agustín, la mayoría de los altos mandos del Grupo Lucero seguían siendo leales a él. Así que, por lo menos, había que mantener las apariencias.
—Bueno... entonces hazte un tiempo y regresa, ¿sí? Anaís está muy mal, tienes que acompañarla más seguido —Violeta habló con un tono de esos que pesan, mirando de reojo a Griselda y soltando un bufido antes de añadir—. Chicas tranquilas y obedientes como Anaís son las que te convienen, Gastón.
Con eso dejaba claro que Griselda, con su carácter explosivo, no era para Gastón.
Gastón se quedó callado, echándole una mirada rápida a Griselda mientras ella contenía las ganas de soltarle una grosería a Violeta. Pero aguantó.
En cuanto Violeta salió, Griselda cerró la puerta de un portazo.
—Que no vuelva a poner un pie en la casa de Fabiola, su presencia apesta el ambiente —soltó, aún con la rabia en la voz.
Gastón no tardó en asentir.
—Sí, sí, ya no la dejo entrar. Oigan, ¿tienen hambre? ¿Quieren que les prepare algo de comer?
Se le notaba lo servicial, y sin perder tiempo se desapareció rumbo a la cocina para ponerse a cocinar. Griselda, aunque al principio dudó, terminó siguiéndolo para ayudarle.
Fabiola, por su parte, seguía recogiendo las cosas que Agustín había dejado. Entró al estudio con intención de guardar algunos papeles importantes en la caja fuerte, pero apenas estuvo frente a ella, se dio cuenta de que no sabía la contraseña.
Intentó con las claves que Agustín usaba en su celular y en sus aplicaciones, pero nada, le marcaba error. Sabía que tras tres intentos fallidos, la caja fuerte se bloquearía por un rato.
Tomó aire hondo y, como último recurso, tecleó su propia fecha de nacimiento.

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