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Florecer en Cenizas romance Capítulo 464

El jefe de la familia Robles es un viejo zorro. Siempre ha actuado con mucha astucia y sin llamar la atención. Durante estos años, aunque la familia Robles no ha sufrido grandes golpes, tampoco ha hecho muchos movimientos. Cuando las familias Rodríguez y Lucero, que solían despilfarrar, cayeron en trampas mientras una parte se mantenía al margen, la cosa se veía demasiado sospechosa.

Agustín pensaba que todo era parte de un plan para que la gente sospechara de la familia Robles.

Separar a la familia Robles del resto era una jugada intencional, porque todos sabían que no representaban una verdadera amenaza. Después de atacar a las otras tres familias, lo lógico era que todos enfocaran sus sospechas en los Robles y se unieran para enfrentarlos. Así, quien estuviera detrás de todo se aprovecharía de la situación y saldría ganando.

En el fondo, el verdadero objetivo de ese titiritero era que las cuatro familias se vinieran abajo, para luego establecer sus propias reglas en el distrito comercial de Ciudad de la Luna Creciente.

—Como dices, el jefe de la familia Robles es un zorro. Sabe perfectamente cómo esquivar problemas y provocar peleas entre otros. Si algunos creen que él está detrás de todo, va a haber quienes piensen lo contrario. A veces, el lugar más peligroso es el más seguro. El viejo jefe Robles tiene muy claro eso: empujó a su hijo Lorenzo al frente como escudo y él se quedó en las sombras, haciendo sus movidas —dijo Tomás, dejando claro que no pensaba igual que Agustín.

Él estaba convencido de que quien movía los hilos desde atrás era la familia Robles.

—Mi papá siempre decía que Santiago Robles, el jefe de esa familia, era de los más listos y escurridizos de todos. La familia Robles se hizo rica metiéndose donde no los llamaban y agarrando lo que podían. Además, ese Santiago nunca actuó de buena fe: al principio, la familia Robles creció junto a sus amigos, pero luego les dio la espalda y se quedó con todo.

Tomás miró a Agustín. Entre los dos, la tensión se podía cortar con un cuchillo.

Ninguno estaba dispuesto a ceder.

Ambos tenían una presencia imponente y, con las ideas tan enfrentadas, el ambiente se sentía tan tenso que cualquiera prefería no respirar.

Griselda, sintiendo el peligro, bajó la cabeza y haló a Gastón para seguir comiendo su pie de manzana. Al final, lo mejor era mantenerse lejos cuando los jefes peleaban.

—Griselda, ¿por qué no salimos a dar una vuelta? Te llevo a conocer la catedral —susurró Gastón, que también tenía lo suyo de zorro. Sabía que, en ese momento, cualquier sugerencia sería aceptada por Griselda, que solo quería escapar de ahí.

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