—Entonces, déjame preguntarte, señorita Paulina Barrera, ¿cómo es que tú has llegado a donde estás? Tengo entendido que antes de que tu papá se aferrara descaradamente al apellido Barrera, ustedes no eran más que unos pobres diablos de la vecindad que ni casa tenían. Si no fuera porque mi abuelo tuvo el corazón de recibirlos de vuelta, me temo que ni para la colegiatura te habría alcanzado. ¿Cómo podrías tener los logros de hoy?
Fabiola Campos miró a Paulina con frialdad. ¿Y todavía tenía el descaro de decir que ella dependía de un hombre?
—Yo soy la heredera legítima de la familia Barrera, la única nieta que mi abuelo reconoce. ¿Y tú qué eres?
El rostro de Paulina se ensombreció por completo, y apretó los puños con fuerza. Respiró hondo y soltó un bufido.
—Como sea, sigo siendo la nieta biológica de mi abuelo. Esa es una realidad que no puedes cambiar.
Fabiola se rio con sarcasmo.
—¿Ah, sí? Pero la forma en que tu papá llegó a este mundo es todavía más impresentable, ¿no crees? ¿Quién de los presentes no sabe que a tu padre lo sacaron de un bote de basura?
Tras decir eso, Fabiola rio ligeramente. A su lado, quienes conocían la historia del origen de Héctor Barrera no pudieron evitar soltar una carcajada también.
Héctor era el hijo que la sirvienta de la familia Barrera tuvo usando sus mañas, después de recoger un condón de la basura. Su existencia se debía puramente a la astucia y a una falta total de vergüenza.
Esa era una etiqueta de la que Héctor jamás podría deshacerse, y la razón por la que nunca podría levantar la cabeza con orgullo.
Sentado en su lugar, el cuerpo de Héctor temblaba de rabia.
Le lanzó una mirada fulminante a Paulina, y ella obedientemente regresó a su asiento.
—Querer hacer daño y que el plan se te voltee. Qué interesante. —Emilio les dedicó una mirada de desdén a Héctor y a su hija, y se colocó respetuosamente detrás de Fabiola, dándole una sensación de completa seguridad.
Emilio era el asistente personal que el mismo Agustín Lucero había formado, y era de primera tanto en su presencia como en su habilidad para leer el ambiente, resolver problemas y manejar las cosas con diplomacia.
—Fabiola. —Sebastián Benítez la detuvo mientras ella se dirigía a su asiento—. Ven conmigo un momento.
Fabiola lo miró y, como si de pronto recordara algo, posó su vista en Martina Gallegos, que disfrutaba del espectáculo junto a Paulina.

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