Vanessa tenía los ojos llenos de lágrimas y apretaba su mochila con fuerza.
—¿Tú qué sabes? ¡Yo también soy huérfana! Solo estoy viviendo en casa de Agustín... Si llego a meterme en problemas, ¿y si mi tío ya no me quiere?
Vanessa tenía miedo. Temía que, si se metía en líos con esa gente, su tío terminara enojándose con ella.
—Parece que no entiendes nada de Agustín —le soltó Fabiola, mirándola fijamente—. Si él no se preocupara por ti, ni siquiera te habría dejado quedarte a vivir con él todo este tiempo.
Vanessa bufó como si quisiera rechazar lo que acababa de escuchar.
—Él me cuida porque quería mucho a mi mamá... La amaba, y por eso, después de que ella murió, me aceptó en su casa. Pero yo no soy su hija, ni siquiera es mi tío de sangre...
Se mordió los labios, y bajó la voz.
—¿Y si algún día deja de querer a mi mamá? ¿Y si se enamora de ti? —soltó, rompiendo en llanto.
En el fondo, Vanessa no odiaba a Fabiola. Lo que sentía era miedo, un miedo tan profundo que le apretaba el corazón y la hacía sentir que podía perderlo todo en cualquier momento.
Le aterraba la idea de que Agustín se casara, de que pudiera enamorarse de otra mujer.
—Agustín nunca se va a enamorar de mí —dijo Fabiola, bajando la mirada, con una tristeza inesperada pesándole en el pecho.
Ella tenía muy claro su lugar en la vida de Agustín.
Sabía bien que él jamás la vería de ese modo.
Su historia con Agustín había empezado demasiado tarde.
Si lo hubiera conocido antes, antes de encontrarse con Sebastián... ¿cómo habría cambiado todo?
—¿De verdad? —Vanessa la miró con ojos que oscilaban entre la duda y la esperanza.
Fabiola asintió.
—Pero mi tío... —murmuró Vanessa, cabizbaja—. Él nunca deja que ninguna mujer se le acerque, y ahora... hasta te abrazó, ni siquiera a mi mamá...
La voz se le fue apagando hasta que dejó de hablar.
Fabiola también se quedó sorprendida. ¿En serio Agustín nunca permitía que una mujer se le acercara?
—Lo de anoche fue un accidente. Me puse muy ansiosa, y abrazar a alguien me ayuda cuando me siento así —explicó Fabiola, buscando una excusa para calmar a Vanessa y, de paso, recordarse a sí misma que no debía dejarse llevar por ideas extrañas ni sentimientos fuera de lugar.
—Fabiola, tampoco me caes tan mal... —Vanessa soltó con su típico aire orgulloso—. Ahora ya eres la esposa de mi tío, aunque él no te ame, tienes ese lugar. Si en la escuela alguien se mete contigo, solo dales una cachetada.

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