—La relación entre Agustín y yo no es asunto suyo, señor Sebastián. Si él quiere usarme, o cómo quiera hacerlo, no me importa. Porque lo que él me da ahora, es justo lo que necesito —Fabiola miró a Sebastián directo a los ojos mientras hablaba de nuevo—. Ya estoy casada. La próxima vez que nos veamos, por favor, haga como si no me conociera.
Apenas terminó de hablar, Fabiola se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Los dedos de Sebastián se apretaron, crispándose de impotencia. Nunca imaginó que algún día Fabiola se iría tan decidida, cortando todo lazo.
Siempre pensó que Fabiola era de esas mujeres que no podían respirar lejos de él. Se convenció de que, en esta vida, la única posibilidad era que él la dejara, nunca que Fabiola lo soltara primero.
Pero no. Resultó que cuando Fabiola encontró una mejor opción, él también podía ser descartado en cualquier momento.
—¿Y después del divorcio, Fabiola? Ahora te estás apoyando en Agustín y ya te echaste encima a mucha gente. Pero cuando te divorcies, ¿qué vas a hacer? —Sebastián se levantó de golpe y la detuvo sujetando su muñeca.
El hecho de que Fabiola estuviera tan empeñada en meter a Benjamín y Renata a la cárcel significaba que se estaba ganando como enemigos a la familia Gallegos y a la familia Benítez, los dos clanes más poderosos de Costa Esmeralda.
A menos que Fabiola y Agustín nunca se separaran, esas familias no la dejarían en paz.
—La familia Benítez no se trata solo de mí. Si solo dependiera de mí... Renata tendría que ir a la cárcel. Por los errores que cometió, ella misma debería asumir las consecuencias. Si de mí hubiera dependido, hace cuatro años la habría dejado tras las rejas —Sebastián se apresuró a aclarar.
Quería dejarle claro que no era que él no quisiera que Renata pagara, sino que la familia Benítez era mucho más que él solo.
Renata, la única mujer de la familia, había crecido consentida, creyendo que todo se podía resolver siempre y cuando no se metiera con familias poderosas. Nunca pensó que meterse con Fabiola terminaría trayendo problemas después de cuatro años.
—Además... ya la castigué por ti en aquel entonces. La mandé fuera del país durante cuatro años... —agregó Sebastián, pensando que ese castigo era suficiente.
Cuatro años lejos, lejos de casa y de todo, ¿no era suficiente para que Renata saldara su deuda con Fabiola?
—¿Señor Sebastián, sabe lo que significa una sordera permanente? Significa que en esta vida... este oído no volverá a escuchar nada —Fabiola apuntó a su oreja izquierda, y su voz temblaba por la rabia contenida.
Sebastián jamás entendió lo que aquel episodio de acoso escolar significó para Fabiola.
—¿Sabes por qué llegué a enamorarme de ti alguna vez? —Fabiola lo miró, y mientras intentaba sonreír, sus ojos se humedecieron—. Porque cuando ya no aguantaba más, cuando solo pensaba en vengarme de todos ellos y luego quitarme la vida... apareciste tú.


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