Fabiola se quedó helada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Me estás diciendo que… fui abandonada en el orfanato por él?
—Así es —la voz de Carlos sonaba tensa, cargada de preocupación—. Él lo confesó. Dijo que fue quien te dejó en el orfanato. Incluso mencionó que debió haberte quitado la vida en aquel entonces, pero que por compasión te dejó vivir… y que si ahora no te elimina, él mismo morirá.
El corazón de Fabiola latía con violencia, apretándole el pecho. Todo indicaba que su origen estaba envuelto en sombras y secretos.
—¿Y qué más dijo? ¿Sabes algo de mis papás? —la pregunta salió temblorosa, casi un susurro.
¿De verdad la habían descartado sus padres? ¿Había sido solo una niña indeseada?
—No quiso decir nada más. Parecía fuera de sí, como si hubiera perdido la razón. Ya pedí que le hagan una evaluación psiquiátrica —agregó Carlos—. Pero, al menos, esto nos da una pista. Está claro que hay algo raro en tu historia. Te prometo que me encargaré de averiguar la verdad, pero mientras tanto, por favor, cuídate mucho.
Fabiola sintió una punzada en el pecho. ¿Y si al final todo era una ilusión? ¿Y si al encontrar a sus padres biológicos, ellos no la aceptaban? ¿Por qué la habían dejado atrás? ¿Por ser mujer? ¿Por simple desamor?
Las dudas la ahogaban.
—¿Ya te buscaron los Gallegos o los Benítez? —preguntó Carlos con inquietud—. No quiero que te presionen para que firmes nada.
—Sí… ya vinieron —admitió Fabiola, sin ganas de ocultar la verdad—. Pero no pienso ceder.
Respiró hondo, recordando la amenaza de Paulina. Sabía que enfrentarse a ella le traería problemas en el mundo de la arquitectura. Pero no podía simplemente dejar pasar lo de Benjamín y Renata. No le parecía justo.
—Si Agustín es tu esposo, te recomiendo que hables todo con él. La familia Lucero tiene más peso que los Gallegos o los Benítez. Si cuentas con Agustín, seguro se lo piensan dos veces antes de meterse contigo —sugirió Carlos.
—Lo haré, gracias, don Carlos —dijo Fabiola, agradecida.
—Cualquier novedad, yo te aviso.
Colgó. Fabiola se dejó caer en el sofá, perdida en sus pensamientos.
¿Quiénes eran sus padres? ¿Por qué la habían dejado? ¿Acaso simplemente la habían descartado por no ser lo que esperaban? Las preguntas la arrastraron, y sin darse cuenta, el cansancio la venció. Se quedó dormida con el corazón encogido.
...
Al día siguiente, despertó en su cuarto. No recordaba en qué momento había regresado a la cama.
Se desperezó, fue al baño y se preparó para bajar a desayunar. Apenas bajaba las escaleras cuando vio la figura de Agustín.


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