Madison abrió los ojos, cuando aún estaba todo oscuro, quiso mover sus brazos y se sintió atrapada, entonces giró su rostro y se encontró con el de Alexander muy cerca de ella, en ese momento, se dio cuenta que estaba dentro de las cobijas en la cama de él.
— ¿Cómo es que terminé así? —se cuestionó bajito, entonces comenzó a intentar salir de los brazos de él; sin embargo, cada lo intentaba, Alexander se acercaba más, hasta que enredó sus piernas en las de ella. Una fuerte sacudida la estremeció, además que aquella calidez que había entre ambos, le agradó.
Vio hacia el reloj de la mesa de noche y distinguió que eran las 5:00 am, entonces dio un largo bostezo, estaba tan cansada que acomodó su rostro en el pecho de él y el sueño la volvió a vencer.
Momentos más tarde, el despertador se escuchó en punto de las 6:30 am, ambos abrieron los ojos de golpe, y se miraron fijamente durante unos segundos, sin poder decir nada, hasta que Alexander la dejó de abrazar y Madison se puso de pie con las mejillas sonrojadas.
—Espero que se sienta mejor —expresó y salió con rapidez de ahí.
Después de que ella se fue, Alexander soltó el aire que contenía, y se llevó ambas manos hacia su pecho sintiendo que latía agitado.
— ¿Qué fue todo esto? —se cuestionó y se dio cuenta que aún podía inhalar el dulce aroma de Madison, rodó los ojos y se dirigió a la ducha para apaciguar aquella fuerte agitación.
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Mientras Madison hablaba desde su móvil, salió del ascensor y caminó hacia la oficina de Alexander.
—El doctor no se encuentra —dijo la asistente.
—Ya lo sé —respondió Madison y la ignoró.
—No le gusta que nadie ingrese cuando está fuera, arquitecta Davis. —La mujer corrió para alcanzarla.
Madison se aclaró la garganta.
—Te vuelvo a llamar en un rato —dijo a Hanna con quien hablaba por teléfono y luego se dirigió a la asistente personal de Alexander—. Arquitecta Walton. —Mostró el anillo que llevaba en su mano izquierda y luego entró a la oficina y le cerró la puerta en las narices, entonces carcajeó sin poder evitarlo.
Caminó hacia el gran estante de fina madera de cedro y caoba, buscó los planos que necesitaba para seguir con los diseños que iba a presentar en la nueva reunión. Estaba por retirarse cuando escuchó que timbraba un móvil, por lo que se acercó al escritorio de Alexander, al abrir uno de los cajones se dio cuenta que lo había olvidado.
Le llamó la atención que la llamada decía doctor Seville, sin pensarlo ella tomó la llamada.
—Hola, Alexander, disculpa que no pude atender tu llamada hace un rato, pero tuve que salir de urgencia.
—No soy Alexander. Soy Madison… Su esposa.
—Oh, señora Walton, lamento la confusión, me alegra saludarla. Me quedé preocupado por el malestar que tuvo anoche.
—También me preocupé —contestó—, pero no quiso que llamara a nadie.
—Lo sé, lo conozco desde hace mucho tiempo, es el más necio de toda su familia —bromeó—, retomando el motivo de mi llamada es porque le voy agregar un medicamento nuevo al tratamiento, voy a necesitar que venga a recoger la receta médica y hagamos nuevos estudios médicos. —Se quedó en silencio unos segundos.
Madison frunció el ceño, al escucharlo.
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