Alexander se encontraba en un restaurante en compañía de sus pequeños. Miró su reloj y frunció el ceño al ver que Madison no llegaba. En ese momento su chofer ingresó y le entregó el móvil que había olvidado en la oficina. De inmediato le llamó; sin embargo, de nada le sirvió ya que ella no le respondió.
— ¿En dónde estarás? —cuestionó con algo de preocupación.
— ¿Listos para ordenar? —el mesero preguntó.
Frunció los labios con molestia.
—Sí, queremos la número 3 —indicó y se acercó para acomodar a los gemelos en las sillas periqueras.
En cuanto le fue llevada la cena, Alexander les sirvió una porción pequeña y los 3 comenzaron a comerla.
— ¿Les gustó la pizza? —cuestionó mirando a ambos.
—Sí —respondió Liam y Noah estiró sus manos para que lo sacara de la silla
—Allá —el pequeño indicó.
— ¿Quieren jugar en los juegos? —cuestionó él.
—Sí —respondieron ambos.
Alexander pasó un rato con los niños y volvió a mirar su móvil, sin tener señal alguna de Madison.
«¿En dónde estás?», envió un mensaje de texto y no tuvo respuesta.
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Después de haberse encontrado con James, Madison no pudo evitar recordar lo vivido con él, su barbilla tembló cuando a su mente llegó el espantoso encuentro que tuvo con aquella despiadada mujer, que no solo la despedazó, sino que la humilló como nunca nadie lo había hecho en toda su vida.
— ¿Por qué teníamos que volver a encontrarnos? —susurró mientras limpiaba un par de lágrimas que escurrieron sobre sus mejillas.
Sacudió su rostro al ver que la camioneta en la que viajaba se estacionaba en el hospital. De inmediato limpió sus mejillas y se dirigió a la cita que tenía.
En cuanto se anunció, la recepcionista la dirigió al consultorio del doctor Seville.
—La señora Walton —mencionó con amabilidad la mujer.
—Tome asiento —el médico de inmediato la atendió.
—Gracias —refirió ella.
El médico observó los ojos llorosos de la joven y suspiró profundo.
—Lamento mucho haberle ocasionado esta pena, mi intención era comunicarme con Alexander, pero tengo que reconocer que muy en el fondo, agradezco que usted me respondiera.
— ¿Qué tan grave es lo que tiene Alexander? —cuestionó.
El hombre presionó con fuerza los labios.
—Mucho —indicó—, retomé su tratamiento hace poco, cuando recién se mudó a Nueva York, pero por desgracia, cuando parecía ir mejorando, las cosas cambiaron.
— Va a… ¿Morir? —preguntó con voz temblorosa.
Madison separó los labios en una gran O, y se llevó las manos a su pecho al escuchar al médico hablar, presionó sus párpados con fuerza buscando liberar un par de lágrimas.
Al salir del hospital, solicitó al chofer que la esperara y caminó hacia central park, y se sentó sobre una banca, en donde permaneció un largo rato, intentando desahogarse luego de todo lo que le había ocurrido.
— ¡No puede ser! —exclamó sin poder creerlo. — ¿Que se supone que tengo que hacer? —se preguntó. — ¿Le digo que estoy enterada de su secreto?, ¿O finjo no saber nada? —mordió su labio inferior.
Al darse cuenta que estaba completamente oscurecido, regresó hacia el vehículo.
—Su teléfono no ha parado de sonar —dijo el chofer.
Madison lo tomó y se dio cuenta que había varias llamadas de Alexander, además de un par de mensajes.
—Llévame a casa, por favor —solicitó.
***
Cuando Madison ingresó a la residencia donde vivía, eran las 9:45 pm, frunció el ceño al recordar que habían quedado de verse en un restaurante.
—Buenas noches, señora Walton. —Alexander encendió la luz de la sala, en donde la esperaba, desde que los gemelos se habían quedado dormidos.
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