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Herederos para el Enfermo CEO romance Capítulo 20

— ¿Cómo se te ocurre querer limpiar el cubículo de mi asistente? —preguntó con molestia al encerrarse en su oficina. — ¡¿Acaso quieres ser el hazme reír de toda la constructora?!

Madison frunció el ceño y lo miró sin comprender su molestia.

—A mí nunca me ha importado lo que piensen los demás, no vivo de ellos —respondió—, me importa más que esa chica esté bien, que lo que murmure tu enamorada y la directora, que seguramente también anda tras de ti —Elevó ambas cejas. — ¿Acaso cree que no me doy cuenta cómo lo miran ambas?

El hombre presionó sus puños.

—A mí, sí me importa lo que puedan decir, no quiero que hablen de la esposa del amo y señor de esta empresa y de muchas otras cosas más —refutó—, no puedes estar haciendo algo como lo que hiciste hace un momento. Eres mi mujer. —La tomó entre sus brazos y fijó su verdosa mirada en ella—. Tienes que entenderlo.

—Nunca dejaré de ser quien soy, por un engreído, además de orgulloso y egoísta hombre como tú —puntualizó—. Si alguien necesita de mi ayuda, estaré ahí para apoyarlos, porque el lugar que ocupa hoy esa chica en su empresa, lo ocupé yo, hace un par de años y tuve que soportar toda clase de humillaciones y malos tratos, con tal de salir adelante. —Elevó con orgullo su mentón—. Tuve que aguantar a gente peor que su asistente.

Alexander se desestabilizó al escucharla hablar sobre su complicado pasado. Caminó hacia su escritorio y bebió un vaso de agua, entonces logró percibir que aquel enojo que lo abrumaba se fue disipando hasta desaparecer por completo, sin darse cuenta, un agitado estremecimiento lo recorrió, tambaleando las barreras que interponía para que nadie penetrara hacia su corazón.

—Veremos la forma de solucionarlo —el tono de su voz decreció. —Sacó un par de pastillas y las tomó.

— ¿Te sientes mal? —cuestionó.

—No —contestó con rapidez—, son un par de vitaminas que me recetó el médico —mintió—, te veo en un rato —expresó y tomó asiento, sintiendo que sus piernas temblaban.

Madison afirmó con la cabeza y exhaló con alivio al ver que su molestia se había ido, se giró en su eje y salió de la oficina.

En cuanto ella se retiró, recargó su cabeza en el respaldo de su sillón y presionó con fuerza sus párpados y los puños de sus manos.

—Ya pasará —se dijo a sí mismo y permaneció imobil durante un rato.

***

Madison llegó a su casa sola, ya que Alexander le comunicó que tendría un par de reuniones, por lo que le envió al chofer de la empresa. Fue a recoger a sus pequeños de la casa de Hanna y pasó el resto de la tarde jugando con ellos, hasta que les dio de cenar y luego los llevó a ducharse y después a dormir.

Al ver que estaban por dar las 11:00 pm y él no llegaba se acostó y se quedó profundamente dormida. Luego de un par de horas, se despertó al escuchar un par de quejidos, de inmediato se puso de pie y se acercó a la cuna donde dormían sus pequeños y se dio cuenta que se encontraban bien.

Estaba por volver a acostarse cuando volvió a escuchar que alguien gemía, se colocó la bata del pijama y salió de la habitación, entonces se percató que aquellos extraños alaridos provenían de la recamara de Alexander.

Tocó a la puerta un par de veces y esperó unos segundos a que le abriera.

— ¿Puedo pasar? —cuestionó bajito, para no despertar a los niños, y recargó su oído a la puerta, dándose cuenta que decía algo, que no podía comprender, por lo que abrió la puerta y encendió la lámpara. —¿Qué te ocurre? —cuestionó al ver que no paraba de quejarse.

Alexander movió su cabeza hacia los lados un par de veces y su torso subía y bajaba agitada.

— ¿Quién es el padre de esos niños? —pronunció con dificultad y comenzó a quejarse una vez más.

Madison acercó la palma de su mano a su frente.

— ¡Estás ardiendo! —expresó sorprendida. De inmediato corrió hacia la ducha y humedeció una toalla facial, colocándola sobre su frente.

— ¡Exijo que me digas la verdad! —murmuró él.

—Tranquilo —Madison susurró—, todo va a estar bien —dijo al tiempo que fue a cambiar el paño y acercó un par de pastillas—. Necesitas tomar esto. —Palmeó una de sus mejillas.

Alexander abrió los ojos y con el apoyo de ella, quien lo abrazó, logró tomar aquel medicamento.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó con debilidad—, tengo mucho frío.

—Cuidando de ti —contestó—, es por la fiebre, no tardará en pasar.

—No es necesario que hagas esto, puedo hacerlo solo —indicó en voz baja.

Madison puso los ojos en blanco.

—Seguro —se mofó. —Eres el todopoderoso —espetó en forma seca.

—No suelo depender de nadie —mencionó y continuó alimentándose y luego se recostó sin poder dejar de sentir que su cuerpo temblaba—. Apaga la luz cuando salgas de aquí —solicitó y le dio la espalda.

—Como usted ordene —dijo—, que se mejore, señor témpano de hielo —murmuró, y se acercó a apagar la lámpara de noche.

Se giró para salir entonces sintió que sujetaron su mano, enfocó su mirada color marrón en Alexander, quien encendió la lámpara.

—Lo he considerado mejor. —Se aclaró la garganta—, quédate conmigo… por favor —solicitó con dificultad—, no me siento nada bien —indicó y presionó con fuerza sus párpados.

Ella no se esperaba escuchar aquella petición, pero verlo temblando y pedirselo la hizo sentir una extraña sensación, hacia aquel hombre que en ese instante le pareció como un pequeño indefenso que necesitaba que alguien estuviera a su lado.

—Está bien —respondió y se recargó su dorso sobre la cabecera de la cama.

—Eres un ángel —refirió con pesadez—, la mujer más hermosa que jamás había conocido. — Alexander cerró los ojos y comenzó a quedarse dormido, recargando su cabeza sobre Madison.

Pasó saliva con dificultad, al escuchar aquellas palabras y su corazón se agitó.

Ojalá siempre fueras así —susurró muy bajito.

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