Coordiné con Rick la reunión confidencial sobre el informe financiero para el día siguiente y confirmé con Marina por mensaje si le parecía bien. Con eso listo, seguí avanzando con las demás cosas que tenía que hacer.
Una hora después escuché la puerta de la oficina de mi jefe abrirse como si la estuvieran arrancando. Mi jefe se inclinó sobre mí, con una mano en cada brazo de mi silla, y con el rostro muy cerca del mío y los ojos encendidos me habló en un tono muy serio y con la voz aún más ronca:
—Catarina, presta mucha atención, esto se resolverá hoy y no me importa nada más. Cancela cualquier compromiso que tengas, porque saldremos de esta oficina al final del día y nos sentaremos a hablar sobre esta situación como adultos.
Me miró por un segundo, se levantó, me dio la espalda y salió azotando su puerta nuevamente. Estaba totalmente aturdida cuando Patricio entró pareciendo confundido.
—Catarina, ¿sabes qué le pasó a Alessandro durante la videoconferencia?
Parpadeé varias veces y lo miré antes de responderle:
—No tengo idea, Patricio. ¿Algún problema? —Mentí descaradamente.
—Estaba raro, como si prestara atención a otra cosa. —Dijo mirando hacia la puerta de mi jefe—. Ah, Catarina, ya confirmé con Mariana, hoy ustedes dos nos darán el placer de acompañarnos en la cena. No acepto negativas.
—Será un placer, Patricio, si mi jefe no tiene problema con eso.
—¡El problema de tu jefe es otro, Cata! —dijo mientras entraba.
Tomé el celular y le mandé mensaje a Mel explicándole que llegaría más tarde por la cena, preguntando si habría problema con que Lygia se quedara hasta que yo llegara para cuidar a Pedro. Rápidamente llegó su respuesta diciendo que aprovechara, que ella pasaría un tiempo mimando a su ahijado. Sonreí mirando la pantalla.
De repente, entró a la oficina el Sr. Junqueira con cara de pocos amigos, era alto, demasiado delgado, con un bigote ridículo y cabellos canosos, tenía ojos de zorro. No sé por qué, pero desde el momento en que Mariana lo presentó sentí una mala sensación.
Se detuvo frente a mi escritorio, me miró con desdén y había rabia en esa mirada, hablando de forma áspera:
—Así que fuiste tú quien avergonzó a mi hija ayer, por tu culpa Alessandro la humilló de esa manera y su amiguito la sacó fuera. Pero escucha bien, empleadita de quinta, esto no se quedará así. Puedes apostar que haré que te eche de aquí rapidito.
Golpeó con fuerza sobre mi escritorio y se giró hacia la puerta de mi jefe. Yo estaba atónita, pero me levanté rápidamente y me puse frente a él pegándome a la puerta para evitar que entrara.
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