Patricio me extendió un vaso con agua que tomé con manos temblorosas. Pero solo cuando Alessandro pasó sus dedos por mi rostro me di cuenta de que estaba llorando.
—Tranquila, Catarina. Él no tiene ningún poder para lastimarte. No tengas miedo, no vas a perder tu trabajo por culpa de ese imbécil —mi jefe me hablaba con dulzura mientras me acariciaba la espalda para calmarme.
—Así es, Cat, no le des importancia a Junqueira, es un idiota. Y tú eres una mujer fuerte, no dejes que te intimide —dijo Patricio apoyándome.
—¿Y desde cuándo te tomas la libertad de llamar a mi asistente por un apodo?
—Desde que nos hicimos amigos. ¡Y no seas tú también un jefe idiota!
Me reí de la provocación entre los dos y mi jefe se levantó y sostuvo mi mentón haciéndome mirarlo.
—Idiota no, pero quizás un poco cretino —dijo y me guiñó el ojo sonriendo. ¡Por qué este tonto tenía que ser tan guapo!
—Por Dios, chicos, ¡ustedes dos están evitando lo inevitable! —comentó Patricio sonriendo—. Pero, Cat, estaba aquí hablando con tu jefe de que ya hice las reservaciones para nuestra cena de hoy y no le sirve inventar excusas, vamos a disfrutar de la compañía de dos mujeres increíbles hoy. Iremos al Azafrán, es el restaurante favorito de Mari y te va a encantar. Pero, Alessandro, no entiendo por qué Cat piensa que tienes algún problema con que nos acompañe esta noche.
—Como voy a tener problema, al contrario, va a ser un placer tener a Cat en la cena hoy —dijo con cierta ambigüedad en sus palabras y usando mi apodo con mucha confianza, mirándome con una sonrisita pícara—. ¡Y tienen una tarta de chocolate extraordinaria, Cat!
—¿Qué obsesión es esa que tienes hoy con la tarta de chocolate, eh, hermano? Ya te comiste una en la mañana, porque vi el plato en tu mesita, comiste otra hoy durante la videoconferencia ¿y ya estás pensando en comer otra en la cena? Vas a terminar engordando, guapo —dijo Patricio burlándose.
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