Ariadna se encontraba en su habitación, no se sentía ni triste ni inquieta de ninguna manera mientras evaluaba el interior de la habitación decorado de manera modesta. No importaba que hubiera perdido el visto bueno de Hipólito de manera temporal, su mera presencia ya había arrojado a esa familia al descontrol y, en medio del caos subsiguiente, consideraba que encontraría la verdad que buscaba, sin lugar a dudas.
La ceremonia comenzaría en media hora y, antes de salir de la habitación, Ariadna se paró frente al espejo para arreglarse el cabello despeinado. La muchacha que le devolvía la mirada en el reflejo se veía increíblemente atractiva, divertida y condescendiente, mas solo ella sabía que solo era una fachada. Un lobo disfrazado de cordero mordía más rápido, con más agudeza y saña, y no dejaba oportunidad a sus enemigos.
El lugar de la ceremonia era extravagantemente lujoso y se sentía un aroma a café de las estaciones de muestreo de los distintos tostadores patrocinadores que saturaban el aire del interior. Soledad tomó una taza en el instante en que entró y tomó una bocanada de ella antes de inclinar la cabeza hacia Hipólito.
—Este es bastante bueno, huele con mucho cuerpo y, a juzgar por su forma, creo que debe ser de... Colonia.
El patrocinador de al lado se acercó con admiración cuando la escuchó por casualidad.
-Tiene buen ojo, señorita. De hecho, nuestros granos provienen de Colonia.
El efusivo elogio del hombre hacia Soledad hizo que a Hipólito se le inflara el corazón de alegría mientras la miraba orgulloso. Mientras Soledad disfrutaba de su momento de gloria, levantó la mirada hacia el patrocinador que estaba hipnotizado por completo con Ariadna; no tenía duda de que el hombre comenzaría a babear si continuaba comiéndosela con la mirada y eso la irritó bastante. A pesar de que Soledad tenía un poco más de veinte años al igual que Ariadna, todavía parecía una muchacha joven que aún tenía que deshacerse de su propia infantilidad. En unos años más, no habría forma de saber si Soledad incluso estaría a la altura de ser una hoja complementaria de la deslumbrante rosa en la que Ariadna podría convertirse. El solo pensarlo hacía que Soledad rechinara los dientes y deseara que Ariadna desapareciera ya que pensaba que una pueblerina como ella no debería aparecer y arruinar su vida de esa manera. Soledad dio dos pasos hacia la izquierda para bloquearle el campo de visión al hombre y la astucia se albergaba a en sus ojos cuando tomó una taza de café con el mismo movimiento. Empujó la bebida a las manos de Ariadna y dijo:
—Ariadna, prueba su café. Creo que es bastante decente.
Antes de que pudiera responder, Soledad se llevó una mano a la boca como si se hubiera dado cuenta de algo.
-Me olvidé de que siempre estuviste en el campo... por lo que no debes haber tomado café antes, ¿verdad?
El brillo en los ojos del patrocinador se desvaneció detrás de ella ya que buscaba una embajadora para su empresa y había pensado que la apariencia de Ariadna encajaba a la perfección. No se le ocurrió que fuera del campo y que ni siquiera había bebido café antes. A pesar de lo encantadora que era, la consideraba inapropiada o incluso indeseable como embajadora de una marca, dado que era probable que dicho nombramiento fuera recibido de manera negativa por los internautas.
Ariadna no prestó mucha atención a los comentarios de Soledad y solo deseaba probar el café ella misma; el resultado de su degustación hizo que frunciera el ceño.
—Es demasiado amargo.
El café olía muy aromático, pero era demasiado acre para las papilas gustativas, además del amargor, había baja complejidad en el regusto, la calidad no era lo que había dicho Soledad quien le arrebató la taza a Ariadna, convencida de que no entendía el café.
«¿Qué sabe de café una campesina como ella?»
La respuesta de Ariadna fue lo que Soledad había anticipado con exactitud y eso la alegró bastante. Luego, se volvió hacia el patrocinador con aire de disculpa.
-Lo lamento, señor. No es que su café no sea bueno, es solo que mi hermana no sabe apreciarlo.
El hombre tuvo mayor certeza de que no debería tener en cuenta a Ariadna, quien no entendió su producto en lo absoluto y, una vez más, miró a Soledad con una sonrisa.
-Está bien, no todos son amantes del café. En ese caso, me iré, que tengan un buen día, señoritas. -El patrocinador le asintió con la cabeza a Soledad antes de alejarse.
Hipólito se quedó pensativo mientras lo observaba irse, creía que su hija menor era mucho más competente que la mayor.
—En serio, Soledad. ¿Por qué dejaste que tu hermana bebiera café en frente de tantas personas? —Cintia la regañó a propósito ya que temía que Hipólito pudiera estar molesto.
—Se me olvidó... —Soledad parecía bastante indignada.
Hipólito agitó la mano.
-La muchacha siempre fue olvidadiza, pero Ariadna, ¿cómo pudiste decirle al patrocinador en la cara que su café era amargo? En verdad me avergonzaste.
Cabizbaja, Ariadna bajó la mirada con aire de disculpa.
-Lo siento, padre. No te enfades...
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