Sin que ella lo supiera, como Javier había llegado hacía rato, había visto todo desde el comienzo.
-Entiendo. Bueno, puedes quedarte tranquila que de ahora en más no te va a morder —dijo, esbozando una sonrisa.
Su afirmación hizo que Ivana empalideciera al darse cuenta. «¡Mi perro está muerto! Magnus ha estado conmigo por tres años, pero me dejó como si nada. ¡Todo es culpa de Ariadna!» Ivana miró a Ariadna con furia. «¡No te dejaré tranquila!»
Mientras tanto, Soledad ya había ayudado a Cintia a levantarse.
—Lamento que haya tenido que ver eso, señor Balmaceda -dijo Cintia-. No le enseñé bien a Ariadna. Recién acaba de volver del pueblo.
Javier le lanzó una mirada a Ariadna, quien ni siquiera intentaba defenderse, lo que despertó algo en él.
—Escuché que una mujer hermosa regresó con los Sandoval, y es sin dudas espléndida -dijo, encogiéndose de hombros.
Los rostros de Cintia como de Ivana ensombrecieron tras escuchar el comentario.
—Bueno, esto ha sido interesante, pero debería irme ahora. Vamos, Ivana. Mi madre te ha invitado a cenar.
Sin despedirse de Cintia, Javier se giró y se fue. Sin embargo, a Cintia no le molestó que Javier la ignore, y lo vio irse con una sonrisa. Después de todo, no se atrevía a contradecirlo.
Por otro lado, antes de perseguir a Javier, Ivana le instruyó a su guardaespaldas que lleve consigo el cuerpo de Magnus.
—Espéreme, señor Balmaceda.
A pesar de escuchar el llamado de Ivana, Javier no la esperó. En cambio, aminoró la marcha cuando pasó por al lado de Ariadna.
Ariadna ignoró tanto al hombre como a Cintia, quien la llamaba, y entró a la mansión.
Hipólito era el amo de la mansión. Si Ariadna lograba convencerlo y conseguir su favor, entonces Cintia ya no sería útil.
Aunque estaba enrojecida por la furia, Cintia no podía hacerle nada a Ariadna.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La esposa misteriosa escondida detrás de él