Ariadna tiró del tajo de la falda con cautela, como una chica que nunca había usado una falda corta.
-¿El tajo de la falda no es demasiado alto? -preguntó con timidez.
La estilista comprendía español y respondió de inmediato mientras hablaba en un español algo simple.
-¡No es muy alta! Está perfecta. Tienes unas piernas hermosas, así que deberías mostrarlas. Ten confianza y aprovecha tus fortalezas, señorita. Eres la chica más hermosa que he visto. ¡Nadie se ve mejor en ese vestido que tú! Lo digo de corazón.
Ariadna conocía sus atributos, pero ¿cómo podía una campesina como ella tener tanta confianza? Miró a Hipólito con timidez, pero este asintió.
-Confía en la estilista —dijo él—. La gente es más abierta en estos tiempos. La falda no es demasiado corta, así que elijamos este y vamos, se hace tarde.
Ariadna asintió y siguió a Hipólito con la cabeza baja. Al ver como actuaba la joven, la preocupación de su padre por la posibilidad de que Ariadna fuera como una segunda María desapareció.
Llegaron al edificio de Grupo Navarro a la hora estipulada. Situado en la zona más acomodada del corazón financiero de Distrito Jade. Grupo Navarro era dueño de toda la calle, por no hablar del edificio de la sede central, el cual era un rascacielos inimaginablemente alto.
La persona responsable de café Ocaso ya los esperaba en la puerta. Cuando vio a Ariadna en el video de Internet, quedó hipnotizado, pero, en ese momento, al verla en persona, permaneció aturdido en su sitio. «¿Cómo puede verse tan perfecta?»
Rasgos y figura perfecta, e incluso con habilidades para el arte del latte; nadie podía ser más perfecta que ella para ser la embajadora del café Ocaso. Sin embargo, el hombre a cargo tenía su buena dosis de experiencia, por lo que, pellizcó sus propias orejas para recomponerse y se acercó a ellos con una sonrisa.
-Deben haber tenido un viaje duro. Por favor, síganme escaleras arriba.
El encargado llevó a Ariadna y a Hipólito hacia el piso once. Todo el personal de Grupo Navarro, quienes sostenían su café o sus documentos, se giraban a mirarla con una expresión hipnotizada.
Tiempo después, llegaron al piso once, y el hombre los llevó a una sala de reuniones para que se sentaran.
—Por favor, descansen y tomen un poco de agua. Nuestro equipo llegará en breve.
-Está bien, no tenemos prisa. -Hipólito asintió de inmediato con la cabeza.
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