Valentín siempre había apreciado a Samuel y, en primer lugar, una de las razones por las que decidió invertir en la película fue porque este la dirigiría. Después de tomar un sorbo de café, Valentín lo miró con seriedad.
—Sol es muy importante para mí, sé que no tiene experiencia como actriz, pero también sé lo seria que es cuando se propone algo. Una vez que comience el rodaje, estoy seguro de que te sorprenderá; por eso, espero que le des una oportunidad.
Samuel se sorprendió por sus palabras; por lo que recordaba de él, era un hombre recto que nunca permitiría que nadie obtuviera ventaja con el uso de contactos. Esa vez, sin embargo, había hecho una excepción y estaba hablando en nombre de Soledad.
—No la conoces desde hace mucho, así que no te culpo por no saber más. Sin embargo, estoy dispuesto a responder por ella, no te arrepentirás si la eliges, créeme -continuó Valentín.
Al ver cómo este había respondido por Soledad, no tuvo otra opción que ceder, por muy reacio que fuera. Sin embargo, ya que le había hablado tan bien de ella, Samuel sintió aún más curiosidad.
-La elegiré para un papel como me pediste, pero lo que no entiendo es ¿qué ves en ella?
A Soledad le faltaban modales y responsabilidad y, como si eso no bastara, también era perezosa y consentida. Cómo un hombre como Valentín podía ser amigo de alguien así, superaba a Samuel; no solo eso, incluso estaba dispuesto a dedicar tiempo y esfuerzo para ayudar a su amiga.
-Ella me salvó la vida y también es especial para mí. Así que, Samuel, si aceptas esto, te deberé una.
«¿Valentín Navarro me debe un favor? ¡Eso es como ganar la lotería!» Samuel suspiró y asintió:
-Lo comprendo y pondré lo mejor de mí, pero si veo que sigue sin estar a la altura después de algunas escenas, tendré que sacarla del papel de protagonista.
—No hay problema. Si es así, prometo no intervenir más — respondió Valentín.
Soledad se hizo la tímida y respondió:
—¿Por qué no pides tú, papá? Yo me encargaré de comer.
Hipólito estalló de risa, encantado con el descaro de su hija. Cintia también había bajado las escaleras y gritó de alegría al escuchar las buenas noticias de Soledad.
Ariadna miraba de reojo cómo los tres parecían la familia perfecta llena de amor y alegría. Ella, en cambio, se sentía como una extraña, sola y olvidada; no pudo evitar apartar la mirada mientras intentaba ocultar las lágrimas que le brotaban. Ariadna pensó que se había acostumbrado a sentirse excluida, pero estaba claro que no era así. Como no quería quedarse ni un minuto más, subió las escaleras y se dirigió a su habitación. Después de ponerse ropa cómoda, llamó inmediatamente a su asistente en el extranjero.
—Alicia, quiero que averigües quién es la persona encargada de gestionar los activos de Cintia en el extranjero -ordenó con una mirada fría y distante.

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