Joaquín sonrió y, con toda la seguridad de quien se sabe importante, se acercó sin mostrar la menor señal de querer agradar a nadie. Su actitud era tan natural como respirar mientras platicaba con Benjamín.
—Dicen que caballos veloces hay muchos, pero quien los reconoce es raro de encontrar. Yo, la verdad, no sé apreciar tanto esta pieza. Prefiero dársela a quien sí sabe, así que, en el fondo, sería como regalar una rosa y quedarme con el aroma en la mano.
En los labios de Benjamín se dibujó una sonrisa ligera, y sus ojos oscuros brillaban intensos, llenos de vida.
—Sr. Joaquín, después de lo que acaba de decir, si no acepto, sería como que yo soy el problema.
Joaquín mantenía aquella sonrisa, pero sus ojos delataban la ambición y esa determinación de quien no piensa perder. Sabía que, si lograba acercarse a Benjamín, Nexus Dynamics iba a alcanzar nuevas alturas.
Petra, mientras tanto, miraba fijamente la pieza subastada. En su mirada se asomó un dejo de decepción.
Si la pulsera hubiese quedado en manos de Joaquín, todavía habría tenido la oportunidad de recuperarla. Pero ahora, que estaba en manos de Benjamín, ya no tenía cara ni pretexto para pedirla.
Joaquín tomó el estuche de terciopelo que le entregaba su asistente y se lo ofreció a Benjamín.
Benjamín lo tomó sin dudar, pero enseguida se lo pasó a su propio asistente que estaba detrás de él.
Con la entrega hecha, Joaquín ya pensaba en cómo encontrar el momento perfecto para invitar a Benjamín a fortalecer aún más su relación.
Pero antes de que pudiera decir nada, Héctor, que estaba al lado de Benjamín, soltó una broma con una sonrisa traviesa.
—Sr. Joaquín, sí que cumple lo que promete. ¿Eso cuenta como que usted pagó nuestra cuenta del salón privado?
Benjamín sonrió, relajado.
—¿Desde cuándo sale tan cara una reservación?
—También incluye la compensación por el estrés de soportar tanto ruido hace un rato —agregó Héctor, guiñando el ojo.
—Pues no suena tan descabellado —respondió Benjamín, encogiéndose de hombros.
Fue entonces cuando Joaquín por fin entendió que quienes se habían quejado del ruido en el salón habían sido, ni más ni menos, Benjamín y su grupo.
Las palabras que tenía preparadas se le atoraron en la garganta. Ya no supo cómo justificarse.
Quiso decir algo, pero Benjamín, junto con todos los suyos, ya se alejaba tranquilamente.
Héctor, siempre dispuesto a platicar, seguía conversando animadamente mientras caminaban.
—Si hubiera sabido que al final nos la regalaría, debí haber levantado la paleta más veces y subir el precio todavía más.
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