La expresión de Joaquín estaba cargada de enojo, como si en su mente Petra acabara de hacer algo imperdonable y vergonzoso.
Petra apenas levantó la comisura de los labios, dibujando una sonrisa sarcástica, y respondió, sin molestarse en ocultar el desdén.
—Por supuesto que fui a platicar sobre trabajo. ¿O crees que voy a hacer lo mismo que tú y Renata?
Las palabras de Petra le dieron justo donde más le dolía. Joaquín se quedó callado un momento, antes de replicar con voz grave.
—Petra, tú y el señor Benjamín ni siquiera pertenecen al mismo mundo. Aunque las familias Calvo y Hurtado se hayan llevado bien antes, eso ya es cosa del pasado.
—Para el señor Benjamín, solo eres un pasatiempo. No va a estar contigo, ni va a tenerte a su lado de forma abierta.
La preocupación fingida de Joaquín, ese aire de que lo hacía por su bien, solo conseguía que Petra sintiera náuseas.
Sin decir más, se apartó de él hacia la puerta del elevador, aumentando la distancia entre ambos y dejando claro el desprecio en su mirada.
—Joaquín, no porque tú seas una porquería tienes que pensar que todos los demás apestan igual que tú.
El asco en los ojos de Petra era tan evidente que no intentó siquiera disimularlo.
Joaquín apretó la mandíbula, con el ceño fruncido y el pecho agitándose. Por más que Petra llevaba tiempo tratándolo así, aún no terminaba de acostumbrarse.
¿Cómo era posible que la mujer que antes lo cuidaba y siempre estaba pendiente de su estado de ánimo, ahora le hablara de esa manera tan cortante?
—Petra, soy hombre, ¿crees que no sé cómo somos? Todos son iguales, y los que tienen dinero, peor tantito. Este mundo está lleno de tentaciones. Aunque yo no las busque, ellas vienen solas.
Petra lo miró, impasible, sin mostrar ninguna emoción ante sus palabras tan descaradas.
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