Petra miró a Renata y notó cómo su mirada se posaba en el vestido de novia que sostenía el personal. Sus ojos brillaban, llenos de deseo.
Por un instante, los ojos de Petra destilaron una indiferencia cortante. Entonces preguntó en voz alta:-
—¿Te gusta?
Renata ni lo pensó. Respondió sin rodeos, directa como siempre.
—Me encanta.
Después de contestar, se atrevió a mirar disimuladamente a Joaquín. Al ver que en su mirada asomaba una expresión desdeñosa, Renata, titubeante y llena de envidia, añadió:
—Aunque me guste, no todas las mujeres tienen la suerte de Petra. No todas pueden usar el vestido que desean y casarse con quien aman.
Mientras hablaba, agachó la mirada. La tristeza y la desilusión se notaban a simple vista.
Petra echó un vistazo al hombre que estaba a su lado, cuya expresión era difícil de descifrar. Luego, le habló al personal con voz apacible:
—Hoy no me siento bien, no quiero probarme nada. Noté que ella tiene una figura parecida a la mía, que lo pruebe en mi lugar.
Por dentro, Petra pensaba que, después de lo que esa gente había hecho con el vestido, solo de imaginarlo le daban escalofríos; ni loca se lo pondría, hasta temía contagiarse de algo.
El personal no se atrevió a moverse. Miraron a Joaquín con cierta ansiedad, buscando una señal.
Joaquín bajó los ojos, fijando la vista en Petra. Su expresión era seria y cerrada.
Renata, por su parte, no se hizo de rogar. Se adelantó con su típica sonrisa dulce.
—Por supuesto, para mí es todo un honor probarme el vestido de Petra.
Y sin más, estiró la mano para tomar el vestido.
El personal se quedó en silencio.
No sabían cómo manejar la situación, así que solo pudieron mirar a Joaquín, esperando indicaciones.
Los ojos oscuros de Joaquín transmitían una advertencia silenciosa, su expresión era sombría y contenida.
Renata mordió su labio, completamente perdida.
Petra apartó la mano de Joaquín que le rodeaba la cintura y fue a sentarse en el sofá, lanzando una orden:
—Anda, apúrate.
Recién entonces Renata recuperó la sonrisa, tomó el vestido de las manos del personal y entró en el probador.
Joaquín, frunciendo el ceño, se sentó junto a Petra dispuesto a expresar su molestia, pero Petra lo interrumpió con una mirada y una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—¿No quieres entrar a ayudarle?
Apenas Petra terminó de hablar, el ambiente se congeló. Todos los presentes se quedaron duros como estatuas.
El personal que ayer había atendido a Joaquín y Renata casi no pudo contener las ganas de gritar de emoción. Qué bueno que no habían pedido el día libre, porque así no se perdían el espectáculo en primera fila.
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