Petra se obligó a tragarse las ganas de gritarle a Joaquín y pelearse con él a muerte. Sin decir nada, se dio la vuelta y entró a la casa.
Durante esos tres días, Joaquín estuvo ocupadísimo, pero ella tampoco tuvo descanso.
Las fotos de Joaquín entrando y saliendo de un departamento con Renata le llegaban una tras otra a su celular, como si fueran cuchilladas directas al corazón.
A punto de casarse con Petra, Joaquín se sentía con el derecho de convivir con otra mujer, como si eso fuera su “última fiesta” antes de entrar al “cementerio” del matrimonio.
Joaquín la siguió al interior, sacó el botiquín del mueble, buscó yodo y un hisopo, y se plantó frente a ella.
Sin pronunciar palabra, con el ceño fruncido, le tomó la mano y empezó a curarle la herida.
—Tú siempre has cuidado mucho tus manos. No te lastimes solo por estar enojada conmigo.
Petra esbozó una sonrisa amarga.
—¿Y no eres tú quien me lastima siempre?
Sin querer darle más vueltas al asunto, Petra fue directo al grano. Sacó un sobre de un costado y se lo puso delante de Joaquín.
—Lee los términos. Si no tienes objeciones, firma aquí.
Joaquín tomó el documento y, al ver de qué se trataba, se le tensó la expresión.
—¿Un acuerdo de separación de bienes?
Petra solo asintió con la cabeza, sin emoción.
Joaquín dejó el papel y soltó una risa seca.
—¿No ves que ya casi nos casamos? ¿Qué sentido tiene este papel?
Pensaba que lo que ella había dicho ese día era solo por enojo, nada más.
Después de siete años juntos, estaba convencido de que Petra nunca lo dejaría.
Petra lo miró directo a los ojos, y sin discutir siguió la corriente.
—Precisamente porque vamos a casarnos, este acuerdo es necesario. Lo que se tiene antes de casarse, es de cada quien.
Tenía claro que solo cuando ella se fuera de verdad, Joaquín entendería que lo que había dicho no era por rabia.
Él la miró con esa mirada impasible, soltó una mueca burlona, pero no dudó ni un segundo y aceptó con firmeza.
—Está bien.
Petra le acercó la pluma.
Joaquín la miró, tragándose el mal humor, firmó su nombre en el documento y se lo entregó.
—¿Ya con esto se te va a pasar el coraje?
Alargó la mano, buscando abrazarla.
Pero Petra guardó el documento, esquivando su intento de acercamiento.
—Voy a llevar este acuerdo a la notaría para que quede legalizado. Cuando te llamen, apóyame, por favor.
La cara de Joaquín se ensombreció de golpe.
—¿De verdad no confías ni tantito en mí?
Petra no respondió. Guardó el papel como si fuera lo más valioso del mundo y lo selló en un sobre.
Sus acciones lo decían todo.
Joaquín, con expresión dura y de superioridad, la miró desde arriba, dejando escapar un comentario seco:
—Petra, ¿no crees que ahora te importa demasiado el dinero y las apariencias?
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