La pregunta sonaba a duda, pero Eleonor conocía bien a Fabián.
Fabián terminaría aceptando.
Siempre hacía lo mismo: preguntaba solo por cumplir, pero el resultado en verdad no le importaba.
Su forma de preocuparse se parecía mucho a ese saludo casual que uno lanza al vecino durante un paseo después de cenar: “¿Ya cenaste?”
¿Importaba la respuesta?
Para nada.
A veces, Eleonor pensaba que si su matrimonio con Fabián había durado tres años, en parte era por eso.
Cuando le llegaba su periodo, Fabián le soltaba un “acuérdate de tomar algo dulce”.
Si la sorprendía la lluvia, él le decía: “Ve a bañarte con agua caliente”.
Si se caía, le aventaba: “La próxima fíjate por dónde caminas”.
Pero jamás, ni una sola vez, le preparó personalmente una bebida dulce, nunca le llevó un paraguas, ni preguntó si quería que la llevara al hospital.
Todo su cariño, toda esa supuesta preocupación, siempre se quedaba en la superficie.
Como era de esperarse, Fabián aceptó y de paso le recordó:
—Acuérdate de regresar temprano.
Eleonor asintió, dócil.
—Está bien.
Si volvía o no a casa, eso jamás le pasaría por la cabeza.
...
Fabián y Virginia llegaron a la entrada. De pronto, Virginia se dio una palmada en la frente.
—Fabián, entra tú primero. Creo que dejé mi celular en el carro, ahorita lo traigo.
—Ajá.
Fabián frunció el ceño apenas.
Eleonor jamás se olvidaba de sus cosas. Aunque era joven, hacía todo con orden y cuidado.
En eso sí, era mucho más madura que la mayoría de su edad.
Nunca le dio motivos para preocuparse.
...
Al salir del portón, Eleonor recibió una llamada de Florencia, quien le avisó que ya iba en camino para recogerla.
Apenas colgó, la llamaron a lo lejos.
Virginia apareció con una sonrisa forzada.
—Oye, Eleonor, ¿sabes para qué vino Fabián hoy?
—No sé. Ni me interesa.
—¿Estás diciendo que quieres que acepte a tu cuñada como mi estudiante?
Álvaro estaba recostado en el sillón, disfrutando el té digestivo que Eleonor le había preparado antes de irse. Observaba con calma los regalos sobre la mesa: raíz de ginseng silvestre, hongo de lujo, una caja de hierbas medicinales...
Cada regalo costaba una fortuna.
La intención era más que clara.
Fabián asintió.
—Así es, señor Osorio. Sé que ya está en edad de descansar y no debería pedirle esto, pero de verdad ella la ha pasado difícil...
—¿Difícil?
Álvaro lo interrumpió sin perder la compostura.
—¿No la tienes a ella envuelta en chismes y rumores, tú, su querido cuñado?
El viejito, decidido a defender a Eleonor, soltó la frase con cierto tono sarcástico.
Fabián captó el mensaje y respondió sin prisa.
—Usted mismo lo dijo: son solo rumores, no hechos.
—Ajá.
Álvaro admiraba la capacidad de Fabián para mentir sin pestañear.
—¿Que no son hechos? Yo tengo todo bien clarito, no me engañas.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Marido Prestado