Pero él no tenía idea de que la razón por la que su cuarto estaba siempre tan desordenado era porque ahí se apilaban todas sus cosas.
Oliver era un verdadero adicto al trabajo, y como su secretaria principal, Daisy tenía que estar disponible para él las veinticuatro horas del día.
Sobre su escritorio se amontonaban los documentos que Oliver podría necesitar en cualquier momento.
Las paredes estaban llenas de recordatorios y calendarios con sus agendas y planes de trabajo.
En el armario colgaban los trajes y vestidos elegantes que él usaba para las fiestas y eventos de negocios.
En el suelo, había cajas y bolsas con regalos que Oliver preparaba para sus clientes...
Ese departamento, que ya de por sí era pequeño, se había convertido en su segunda oficina.
De todo el cuarto, solo la cama individual era verdaderamente suya.
Pero a Oliver le molestaba que la cama fuera tan pequeña. Después de aquel día, no quiso volver a visitarla ahí.
Antes de salir de casa, Daisy llamó a la empresa de mudanzas para pedir que el fin de semana mandaran gente a ayudarle a organizar y sacar las cosas.
Ya era hora de deshacerse de todo lo que no le pertenecía.
...
Lorenzo eligió un restaurante de comida vietnamita que acababa de abrir y se había puesto de moda.
Se llamaba Eclipse.
Seguramente, porque Daisy le había contado por teléfono que tenía problemas de estómago, Lorenzo pidió unos platillos ligeros, ideales para cuidar la digestión.
Se notaba que lo había pensado bien.
Las personas atentas no necesitan que les enseñen cómo serlo.
Daisy siempre había creído que Oliver solo estaba demasiado enfocado en el trabajo, por eso pasaba por alto los detalles simples de la vida.
Por eso se convenció de que no debía darle importancia, y aceptó a Oliver tal como era.
Pero ese día se dio cuenta de que Oliver sí podía ser detallista: porque cuando Vanesa estaba en su periodo, él la llevó especialmente a Casa de Sopas para que tomara una sopa que le ayudara a recuperar fuerzas.
Eso también era ser atento.
Daisy dejó atrás su imagen seria de siempre, se quitó el traje de oficina que parecía parte de su piel y soltó el cabello, que solía llevar recogido todo el tiempo.
Su piel, tan clara y suave, resaltaba aún más con el vestido de colores claros que eligió. ¡Parecía que brillaba!
Lorenzo casi no la reconoció la primera vez que la vio ese día.
Pero Daisy se adelantó, saludándolo con naturalidad.
—Presidente Bolaños, disculpe si lo hice esperar.
Lorenzo se quedó pasmado, con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban a salir.
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